Empezamos la tercera semana de Cuaresma, tiempo de preparación a la celebración más importante de la Iglesia católica: la resurrección de Cristo.
La Cuaresma está concebida como un espacio fuerte de gracia, purificación espiritual, reflexión e interiorización de la palabra de Dios y de una mayor unión con la Pasión de Jesús, nuestro Salvador.
El ayuno como abstención total o parcial de comida o bebida ha sido una práctica tradicional y la abstinencia de carnes rojas los días viernes, en la actualidad, como un medio de fortalecimiento interior, mas no como un fin. Los sacrificios por muy grandes que sean si no están hechos con amor, que es lo primordial, pierden su significado.
Por extensión, se consideran también ayuno los esfuerzos de conversión que nos ayudan a crecer en virtudes personales y sociales, facilitando al mismo tiempo la convivencia familiar y social.
Sería muy recomendable, por ejemplo, proponernos el control de nuestra lengua y ayunar de chismes, habladurías, respuestas hirientes o gritos innecesarios, que faltan a la caridad, a la estima de las personas y pueden generar resentimientos o rupturas. Hacerlo con amor y por amor.
Sería formidable proponernos ayunar de resentimientos… es decir, vaciarnos de rencores… quitarle pesos muertos a nuestro corazón y alejar la tristeza o amargura de los recuerdos que nos lastimaron alguna vez… Siempre es una gran idea liberar el corazón de las cadenas del rencor, porque no es justo caminar por la vida con esas cargas que son como telarañas que aprisionan y asfixian nuestro corazón.
Hacer acopio de generosidad para alejar los sentimientos de amargura y terminar de perdonar lo que ha quedado pendiente… Y aquí tenemos el secreto para ser felices, porque el rencor no ayuda, para nada, en las relaciones familiares ni sociales… Cuando se asienta en nuestra alma, la carcome y corre el peligro de quedarse estancada y crecer como una pasión peligrosa o enfermiza.
Escribe el sabio Gregorio Marañón en su libro Tiberio un tratado sobre el resentimiento: “La maravillosa aptitud del espíritu humano para eliminar los componentes desagradables de nuestra conciencia hace que, en condiciones de normalidad, el dolor o el sentimiento, al cabo de algún tiempo, se desvanezcan. En todo caso, si perduran, se convierten en resignada conformidad. Pero, otras veces, la agresión queda presa en el fondo de la conciencia, acaso inadvertida; allí dentro incuba y fermenta su acritud; se infiltra en todo nuestro ser y acaba siendo la rectora de nuestra conducta y de nuestras menores reacciones”.
También afirma que la virtud que ataca al resentimiento es la generosidad, la cual ayuda a comprender y a perdonar.
Sin duda, el perdón es la esencia del amor y nuestro Padre Dios es el modelo perfecto del perdón y la misericordia.
Hay ocasiones en que es muy difícil olvidar y perdonar, porque antes no hemos dado el primer paso necesario: el autoperdón.
Una propuesta y desafío para esta Cuaresma podría ser: ayunar de resentimientos, alimentarnos de generosidad y perdón para hablar con prudencia y justicia. ¿Podremos? (O)
Hacer acopio de generosidad para alejar los sentimientos de amargura y terminar de perdonar lo que ha quedado pendiente… Y aquí tenemos el secreto para ser felices, porque el rencor no ayuda, para nada, en las relaciones familiares ni sociales…