¿Ciencia de los signos o argumento de poder para vigilar y castigar? La semiótica, cuyo saber ha sido recién invocado por nuestras autoridades para sancionar (nuevamente) a Bonil por una caricatura, es el fundamento de las llamadas ciencias de la comunicación. Dedicada al estudio de los sistemas de signos, su contexto es la vida social de los pueblos, incluyendo la política. Su afinidad con la lingüística se debe a que el sistema de signos por excelencia es el lenguaje, aclarando que el único lenguaje es el humano. Por esta afinidad, la semiótica aborda las relaciones entre los signos con independencia de su significado (sintaxis), sus relaciones con lo designado, es decir, sus significados y sentidos (semántica), y las relaciones de los signos con los sujetos que los usan (pragmática).

Los semióticos, o semiólogos, son los practicantes de esta ciencia aplicada a la vida cotidiana de las sociedades y culturas. Una de sus funciones consiste en “interpretar”, mejor dicho en dilucidar el sentido de los signos que los seres hablantes usamos diariamente: es la función semántica dentro de la semiótica. Pero no hay semántica posible sin sintaxis, es decir, sin la lógica de las relaciones entre los signos. Y no hay semántica válida sin pragmática, es decir, sin la indagación de los vínculos entre los signos y los sujetos que los producen o reciben. Pretender el ejercicio de una semiótica sin otorgar ningún valor a la palabra de los sujetos que producen o reciben los signos equivale a intentar convertir la semiótica en una ciencia exacta, o sea, una ciencia sin sujeto.

Ferdinand de Saussure, un pilar de la lingüística y de la semiótica a comienzos del siglo XX, enseñaba que el signo es arbitrario, es decir, que no hay una relación natural entre las palabras y las cosas. El mejor ejemplo son los idiomas: las palabras “caballo”, “horse”, “cheval” y “pferd” designan lo mismo en diferentes lenguas. Pretender la interpretación de una caricatura sin escuchar realmente la palabra del autor expone a los semiólogos a incurrir en una “arbitrariedad” diferente a la saussuriana. A diferencia de los psicoanalistas, que eventualmente podrían trabajar “en” una institución del Estado aunque jamás “para” el Estado, parece que algunos semiólogos no tienen inconveniente en hacerlo, y así devienen funcionarios que están sujetos a consignas derivadas de políticas estatales o de aquellas de los gobiernos de turno. Entonces, interpretarán una caricatura prescindiendo de la palabra del caricaturista, es decir, olvidando que la pragmática es un capítulo de la semiótica, y su interpretación equivaldrá a un dictamen técnico y científico que se transmutará en un “fallo” y condenará al dibujante.

Por lo expuesto, solicito a las autoridades que el informe de sus semiólogos sea divulgado a través de los medios, para que todos podamos analizar sus fundamentos. Si no lo hacen, podríamos interpretar “arbitrariamente” sus enjuiciamientos a Bonil como un castigo porque sus caricaturas molestan al gobierno. En ese caso, no invoquen la autoridad de la semiótica porque ofenden la memoria de Jakobson, Greimas, de Saussure, Peirce, Morris, Hjelmslev, Barthes, y tantos otros. Ellos jamás hubieran admitido que en el nombre de la semiótica, ustedes repriman la libre circulación de la palabra en una sociedad. (O)