Lo acontecido con la revista Charlie Hebdo nos deja desconcertados porque refleja los riesgos que tienen que pasar las personas que, teniendo conciencia mental, deciden plasmar gráficamente la imagen de un profeta.

Resulta poco menos que creíble que el ser humano decida, solo por amor a un profeta, asesinar a otro ser humano. Lamentablemente, desde hace muchos siglos las religiones se han mezclado con la política y esta ha sido el eje por el cual el hombre, tomando como supremacía a su dios, elimina a otro hombre que no cree en él. ¿Pero es la política la que nos induce a cometer tremendo error? Veamos. Los pueblos han estado acostumbrados a que alguien piense por todos, ese alguien que se agrupa en tal o cual partido y se apoya en formar un movimiento. La historia de la mayoría de países nos hace pensar que somos necios al no razonar, y el costo a futuro es altísimo. Creo que es obligación de las personas que tienen acceso a la opinión pública tratar la ceguera mental que producen seres sectarios y fanáticos; incluso los medios educativos deben asumir la responsabilidad de orientar al pueblo para erradicar toda doctrina que desde siglos ha sido mayor obstáculo para el desarrollo de la humanidad. El papa Francisco se esfuerza para atender a esos líderes y persuadirlos a que sean orientadores del amor y la paz, su intención es que las religiones no sean motivo de divisiones y sangrientas luchas entre hermanos. Estas intenciones obligan a las personas que laboran en medios a llenarse de clara objetividad acompañada del peso, en el futuro, de la juventud con mente equilibrada; eso hará que se cree la oportunidad de convertir a un país o religión, en un centro de desarrollo sin apasionamiento ni sectarismo que tanto daño hace a la humanidad. Al mundo le toca vivir lo que diga y haga un solo hombre, y esos líderes deciden la suerte de millones de personas. A eso, los occidentales llamamos democracia, pero esa no la necesitamos. El respeto a las instituciones, incluso religiosas, obliga a convertir al hombre en un ser más confiable en su destino. Buda escribió: “El insensato que reconoce su insensatez en un sabio. Pero un insensato que se cree sabio es, en verdad, un insensato”.(O)
Fernando Segundo Rivera Peredo,
Economista, Guayaquil