“El que quiera comer importado, cómo no, que lo haga pero con los dólares suyos, no con las divisas de todos”. Por Twitter y en 107 caracteres, Dante Rivas, el hombre que ostenta el título de Autoridad Única Nacional para la Simplificación de Trámites y Permisos en Venezuela (sí, esa instancia existe), puso en evidencia a través de un tuit –que luego borró– cuán desconectado está el gobierno de Nicolás Maduro de las necesidades de los venezolanos que hacen colas cada día más largas a las puertas de los supermercados.

¿Cómo puede alguien que no pertenezca a los anillos de seguridad de Maduro o sus ministros comprar algo en Venezuela con “dólares suyos”? ¿Cómo puede alguien en Venezuela comer importado si quiere? Escasea el café, la leche, el azúcar, los desodorantes, el jabón en polvo para lavar, el champú y las afeitadoras, porque el Ejecutivo no le entrega a las empresas los dólares que necesitan para importar estos bienes que la industria nacional dejó de producir a lo largo de más de una década de control cambiario.

Paradójicamente, la desafortunada afirmación de Rivas nació de una celebración: el funcionario aplaudía por Twitter que McDonald’s suspendiera la venta de papas en Venezuela y las reemplazara por yuca frita o versiones pequeñas de la tradicional arepa, sin importar si aquello ocurre por la falta de divisas para importar papas o por un conflicto sindical interno con sus proveedores que poco tiene que ver con pugilatos ideológicos.

Renuente a reconocer la medida como una devaluación, Maduro prometió al país el 30 de diciembre del 2014 que su gobierno anunciaría los “ajustes cambiarios” después del abrazo de Año Nuevo. Desde entonces los venezolanos se levantan cada día con una especulación cada vez más osada: el dólar a 6,30 bolívares pasará a 12, la tasa de 12 llegará a 22, y la de 50 bolívares por dólar se disparará a 70 o 90.

De pronto, Maduro suelta que se va a China a pedir préstamos justo la noche antes del día en el que oficializaría las medidas. No solo viaja el presidente sino todos los voceros del gabinete económico a los que se les podía encomendar la tarea de explicar semejante embrollo. Visitarán también varios países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, con la esperanza de que la última estela del espíritu navideño mute en caridad política y le reporte un mágico viraje que tumbe la producción internacional de petróleo y levante los precios a los niveles estratosféricos que requiere el Socialismo del Siglo XXI para financiar la expansión del gasto público.

Cuentas van, cuentas vienen. ¿Estará redactada la Gaceta Oficial con las nuevas tasas de cambio?, ¿se habrán puesto de acuerdo ya dentro del gobierno para devaluar o esperan a ver cuánto pueden estirar los 20.000 millones de dólares que Pekín les prestó a mandíbula prensada? ¿Por qué se evade el aumento de la gasolina, si el fantasma de un estallido social a semejanza de El Caracazo no debería existir ante un pueblo sumergido en el amor por el Comandante Supremo y su prole? Es año electoral, claro. Hay que correr para adelantar los comicios parlamentarios y no perder la Asamblea Nacional.

En paralelo, mientras el chavismo aplica la enseñanza de Fidel Castro de acallar las noticias con el silencio propio, hace mutis ante el acercamiento de su hermano a Barack Obama, una vez que los despachos de petróleo enviados por Venezuela comenzaron a caer.

Esquiva las exigencias de la Iglesia por retomar el diálogo con una oposición extrañamente silente ante una inflación anual de casi 65%, y una tasa récord de homicidios de cerca de 25.000 personas en el 2014. Las cifras son cortesía de las ONG; desde los años de Hugo Chávez el gobierno venezolano se dejó de contar muertos. La revolución no necesita esos mártires.

Mientras unos especulan que el estallido social es una amenaza latente y otros la descartan por completo, es precisamente la violencia atizada por la impunidad la principal amenaza a la estabilidad política y social del país.

Modus operandi como esperar a un incauto vecino dentro del ascensor de su edificio, ponerle una pistola en la sien cuando se abren las puertas, saquearle el apartamento y ajusticiarlo por puro gusto, son historias que se escuchan cada vez con más frecuencia en las calles y entre allegados, pero que no ocupan ni una sola línea en el discurso oficial. Menos aún los ríos de venezolanos de clase media, profesionales frustrados, que están vendiendo sus pertenencias a cambio de comprar un pasaje en dólares –en bolívares no hay–, para mudarse a un país donde probablemente no podrán ejercer su oficio, pero que les ofrece la tranquilidad de salir a la calle sin temor a hacer asesinados por una bala fría.

Pero como bien dice Dante Rivas, esas divisas que son de “todos” aún alcanzan para financiar el paseíto del presidente y la mitad de su gabinete por Asia y el Medio Oriente. Habrá que ver hasta cuándo habrá divisas para importar la yuca. El aceite para freírla ya escasea. (O)

¿Por qué se evade el aumento de la gasolina, si el fantasma de un estallido social a semejanza de El Caracazo no debería existir ante un pueblo sumergido en el amor por el Comandante Supremo y su prole? Es año electoral, claro.