Hace pocos días, Fander Falconí, excanciller de la República, dijo que “Ecuador ha pasado de la diplomacia reactiva, a la activa”, al aprovechar los diferentes espacios o foros internacionales. Según esto, atrás quedó la época de las momias cocteleras, aquellos representantes dedicados a la actividad protocolaria, siendo ahora el país un actor visible y hasta influyente en la sociedad de naciones, según la pretensión –o imaginación– oficialista que ciertamente no tiene límites.

Y vaya que el jaguar latinoamericano se hace notar en el mundo. Vale mencionar el polémico asilo concedido al australiano y director de WikiLeaks, Julian Assange, quien desde el año 2012 permanece en la Embajada que el país mantiene en Londres. A esto se suma la actuación agenciosa en torno al caso del extécnico de la CIA, Edward Snowden, hechos que registraron enorme cobertura mediática y en los que el nombre de Ecuador no estuvo ausente.

Como se recordará, el justificativo central presentado por las autoridades para intervenir o dejar escuchar su voz en estos temas, fue la defensa de los derechos humanos, lo que exigía de respuestas urgentes.

No obstante, en otros escenarios de mayor impacto, ese mismo argumento, al parecer no tiene el peso suficiente para sumarse, verbigracia, a las voces críticas y de firme censura contra estados forajidos que violentan la vida y los derechos fundamentales de sus habitantes. Las víctimas se cuentan por cientos de miles…

Es el caso de la reciente posición adoptada por el Ecuador ante la Comisión de Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales de la Asamblea General de las Naciones Unidas, al votar en contra de una resolución que exhorta al Consejo de Seguridad analizar la posibilidad de llevar las denuncias por violación de derechos humanos que se imputan a Corea del Norte ante la Corte Penal Internacional, pues se tratarían de crímenes de lesa humanidad, según se desprende del trabajo efectuado por la Comisión de Investigación de la ONU, en la que se mencionan casos de ejecuciones extrajudiciales, tortura, violaciones sexuales, pena de muerte por motivaciones políticas, etcétera.

Asimismo, Ecuador ha mostrado su negativa a condenar, mediante resolución, “las violaciones continuas y sistemáticas de los derechos humanos y las libertades fundamentales” por parte de las autoridades sirias, conforme lo ha hecho de manera mayoritaria la Asamblea General de la ONU; más aún, cuando este holocausto, desde marzo de 2011, ha dejado una estela dantesca de horror y sangre.

No olvidemos, además, que el país también ha generado noticia por otros hechos. Por ejemplo, el escándalo en Italia con la valija diplomática ecuatoriana y la existencia de un laxo reglamento. Asimismo, no se ha olvidado la pública agresión de un diplomático ecuatoriano a dos mujeres en la ciudad de Lima.

Como vemos, contar con una diplomacia activa no consiste en asumir el papel del guapo de barrio o unirse –en votaciones– con países como Irán, Siria, Corea del Norte, China, Rusia, Venezuela, Cuba, Nicaragua, etcétera, con el único afán de ejercer –per se– contrapeso al hegemón. Una diplomacia profesional debe ser conciliadora, prudente, cautelosa y ante todo tener presente, en nuestro caso, el art. 416 de la Constitución que establece: “las relaciones del Ecuador con la comunidad internacional responderán a los intereses del pueblo ecuatoriano…”.

Por lo mismo, en este campo, ha de privilegiarse los asuntos nacionales, dejando a un lado prejuicios ideológicos y el infantilismo diplomático que cree jugar a ser Dios en un mundo de relaciones internacionales harto complejas.