La palabra colonia tiene dos significados: uno, zona controlada por un país al que no pertenece por razones históricas o culturales; dos, grupo de personas de determinada nacionalidad que se traslada a vivir a otro país. Los dos sentidos tienden a coincidir en la institución colonial. Por vías militares o diplomáticas, una potencia impone el control político sobre un área que antes no le pertenecía y un grupo de sus pobladores se traslada al área conquistada para afianzar ese dominio. La legitimidad del colonialismo siempre fue cuestionada y a partir del siglo XX reprobada activamente por la comunidad internacional.
Los países europeos, basándose en su superioridad tecnológica, emprendieron un proceso de colonización de todo el mundo. La ideología que los justificaba apelaba a la religión, el progreso y la raza como razones para imponer el dominio a pueblos idólatras, atrasados y “racialmente inferiores”. Toda América, toda África, toda Oceanía y gran parte de Asia fueron sometidas de esta manera. Los países con acceso al océano se adelantaron en esta carrera y se llevaron las mejores piezas: Portugal, España, Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca. Alemania e Italia, que tardaron en consolidarse como estados, llegaron tarde al reparto y tuvieron que conformarse con algunas tiras de África. Rusia, en cambio, no consiguió un puerto apropiado hasta el siglo XVIII, que le permita acceder al Atlántico y aun así su desarrollo náutico tardó muchas décadas. ¿Entonces los amigables rusos no fueron colonialistas? De ninguna manera, sustituyeron las conquistas transoceánicas por las de tierra firme, extendiéndose por lo que quedaba de Europa y sobre enormes territorios en Asia. Impusieron en esas tierras su hegemonía política y enviaron colonias de habitantes de etnia y habla rusa a poblarlas.
Esta expansión la iniciaron los zares más o menos en la misma época que las otras potencias europeas conquistaban otros continentes y no culminaría sino en la Segunda Guerra Mundial, tras la cual fueron anexionados los países bálticos y otras zonas que históricamente no han sido rusas. Preguntamos si la contigüidad de un territorio a la metrópoli hace legítima la colonización. La llamada Unión Soviética se parecía más a un imperio colonial que a una federación igualitaria como Estados Unidos. Los países y naciones que dentro de esta estructura habían alcanzado la categoría de repúblicas consiguieron la independencia al disolverse la URSS. Pero muchos pueblos quedaron atrapados dentro de la Federación Rusa, por cierto en mejor situación que en tiempos de los zares o de los soviéticos, pero sin la menor oportunidad de plantear siquiera su soberanía. Asimismo, se implantaron fuertes colonias rusas en territorios de otras repúblicas, tal es el caso de Letonia, Georgia, Moldova y Ucrania. En estas tres últimas la presencia de minorías rusas ha determinado la intervención militar de la Federación Rusa, para proclamar pequeñas repúblicas independientes que solo han sido reconocidas por Venezuela y Nicaragua. Es curiosa la evolución de la izquierda socialista latinoamericana, de rabiosa anticolonialista ha pasado a aplaudidora de las últimas aventuras coloniales.