El verbo corregir es complicado en la acción que implica y hasta gramaticalmente. Desde este ángulo, tiene dos participios, corregido y correcto que se han distanciado tanto en significado que ya no se pueden usar como sinónimos. Eso se aprende sin clases especiales que expliquen las peculiaridades del fenómeno. El hecho humano de “corregir” es el interesante y permite el aflorar de algunas connotaciones.
Muchas reflexiones empiezan por el DRAE que me hace ver que si yo “enmiendo lo errado” me corrijo a mí misma; pero que si recibo de otro –a quien le reconocemos autoridad, conocimientos y destrezas superiores a la nuestra– una orientación hacia la enmendadura, va de por medio una identificación profesional. Queda implícita esta función en la labor formativa de los padres y madres, que parte de más atrás: amar, proteger, educar. Y corregir los pasos de sus criaturas en la medida en que avanzan por los tortuosos senderos de la vida.
Hablemos hoy de la labor de corregir textos en los medios impresos. Trabajo invisible pero indispensable. Nadie piensa en esa segunda mirada que hay detrás de las columnas que le impactan o los reportajes que admira. Ninguna institución comunicadora que se precie puede prescindir de correctores porque el campo de la escritura es campo minado en el que fácilmente estallan explosivos ocultos. La dimensión correcta de la lengua es una exigencia que se agita implícita en cada receptor (aunque él mismo sea un gran descuidado de los usos idiomáticos), porque nadie quiere ver errores en lo que lee (me es común el testimonio alarmado del estudiante que ha sorprendido una falta en las palabras que el profesor puso en la pizarra).
¿Existe en el país un espacio formador de correctores de textos? ¿De dónde brotan esos soldados anónimos? A primera vista, las carretas que tienen que ver con el idioma podría verse como la primera plataforma de instrucción de este trabajo: ¿los comunicadores de cualquier clase, los profesores de lengua y literatura, los periodistas? En la realidad, he conocido cantidad de personas sin estudios pero tan vocacionadas por los usos idiomáticos que han ido recopilando saberes, bibliotecas, cursos sueltos y talleres que los hacen verdaderos “profesionales de la lengua”, de ese ámbito sin fronteras ni currículo fijo, pero sí de seguridad y confianza con la herramienta lingüística.
Sé que ahora se discute la distancia entre corregir y editar un texto. La primera acción se queda en el territorio del respeto a las reglas y convenciones usuales (que no todo es regla en materia de idioma), exige una periódica actualización –porque la lengua se renueva constantemente y la dimensión más formal está sujeta a los dictámenes de la Real Academia Española– y es lucha frontal contra las invasiones de extranjerismos. Se corrige en el texto del día a día.
En cambio, la edición trabaja bajo la perspectiva de obra de mayor presencia en el territorio comunicativo, conoce el mundo receptor al que va dirigido, sabe de los géneros de escritura y sus límite y rupturas voluntarias, olfatea la relación con los lectores y las posibilidades de venta. Los editores reescriben, aconsejan, hasta se imponen sobre los autores.
La Asociación de Correctores de Textos está buscando su profesionalización. El tema se impone por justicia.