Imaginemos a Maquiavelo (1469-1527) deambulando por Florencia. ¿Lleva un informe para el gonfalonero o los manuscritos de La mandrágora que quiere leer a sus amigos? A su paso encuentra a Botticelli o a Leonardo, escucha los encendidos sermones de Savonarola, contempla el traslado del David desde el taller de Miguel Ángel hacia la Plaza de la Señoría. Saluda a los filósofos della Mirandola y Ficino al pie del Baptisterio. Imaginémoslo en la revuelta republicana contra los Medici, en sus viajes como diplomático (entre otros, a París), en medio de las guerras, o perseguido, encarcelado y luego perdonado a la vuelta de los Medici. Francia, España y Roma se disputan Italia, es la época de los papas políticos y guerreros: Alejandro Borgia, Julio II, Clemente VII (Gulio de Medici). Es el tercer siglo de esplendor de la ciudad de Dante, Cavalcanti, Giotto, Boccaccio, Petrarca. ¿Qué llevaban consigo las aguas del Arno para producir ese milagro?
Hacia fines de 1513 o inicios de 1514, Maquiavelo terminó de escribir El príncipe, que se publicó póstumamente en 1532. Con ser un libro extraordinario, es solo una parte de la enorme contribución de Maquiavelo al pensamiento político y en justicia debe ser considerado junto con sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, que escribe a continuación. Si El príncipe es un tratado del ejercicio del poder autoritario, los Discursos versan sobre la república.
Ni filósofo ni pensador sistemático, Maquiavelo es, sin embargo, un maestro del análisis del comportamiento humano y de las instituciones. Gracias a ello inicia en pleno Renacimiento lo que constituirá el fundamento del pensamiento político moderno: la autonomía de la política frente a la moral y la religión, el análisis de las acciones humanas, de las instituciones y sus normas. En El príncipe, la acción política tiene por objeto la adquisición, el acrecentamiento y el mantenimiento del poder. La “virtud” del príncipe se circunscribe a ese fin y a saber sortear la adversidad, la “fortuna”. No hay base moral alguna que legitime el poder del príncipe, pero tampoco que lo limite. De ahí surgió lo que se llama maquiavelismo (“el fin justifica los medios”, que no es frase del florentino).
Aunque Maquiavelo veía la necesidad de un príncipe que unificase a Italia, se inclinaba hacia la república, como muestran los Discursos. Frente al “vivere sicuro” que ofrece el gobierno fuerte, contraponía el “vivere libero”. Admiró las virtudes cívicas de la república romana, la participación política de sus ciudadanos. Veía en la mutua contención entre nobleza y pueblo la fuerza de esa república. Un pueblo, decía, es más prudente, más estable y de mejor juicio que un príncipe.
Maquiavelo, hombre renacentista, parece continuar aquí, ante nosotros. Si la (re)incorporación de Crimea a Rusia por Putin y las respuestas de Estados Unidos, China o la Unión Europea muestran la política del príncipe (es decir, la razón de Estado), la extraordinaria conducta política de Nelson Mandela es por el contrario ejemplo de la virtud republicana.