“Te odio Correa porque me obligas a votar por Rodas”, variante grafitera del “Te odio Abdalá porque me obligas a votar por Nebot”, que a su vez procede de alguno anterior y así sucesivamente. El viejo imperio del voto aversivo en la tragicomedia electoral ecuatoriana, cuya expresión crónica es la consistencia del voto nulo, de cuyos significativos porcentajes jamás sabremos con certeza. Síntoma inequívoco de nuestra oligofrenia política y de la injerencia pervertidora de los poderes gobernantes, económicos, mediáticos, empresariales, extranjeros y/o de otro orden sobre el sentido propio del sufragio. Donde “perversión” significa, en este caso: utilización de un objeto para fines ajenos a los que le son propios.

En esta lógica pervertidora, ya no se trata de elegir el mejor postulante para la Alcaldía de Quito, aquel que mejor conozca los problemas de la capital y tenga la capacidad de gestión para resolverlos. En este contorsionista razonamiento, de lo que se trata es de elegir una pieza para “consolidar El Proyecto en contra de la derecha desestabilizadora”. O bien, en la contraparte de la misma lógica, se trata de votar por aquel que “según las encuestas tenga las mejores posibilidades de restarle Quito a los afanes hegemónicos del Gobierno”. Estamos tan embotados de esta perversión que ni siquiera nos damos cuenta de que lo estamos. Al final, de ambos lados, de lo único que se trata esto es de El Proyecto. ¿Y Quito? Bueno… ¡que se arregle!

Irónicamente, el primer candidato afectado por este discurso cuyo efecto es el voto aversivo, podría ser el mismo Augusto Barrera, cuyos diplomas para desempeñar el cargo, en función del trabajo realizado, pasan a segundo plano y son velados por los “elevados intereses patrióticos que están en causa”. El segundo candidato afectado es, por supuesto, Mauricio Rodas, cuya energía, valores y afanes no pueden ser justipreciados porque es “el único que podría darle una lección y pararle el carro al Gobierno”. ¿Y los demás candidatos? Pocos quiteños saben cómo se llaman, qué proyectos tienen y a qué partidos pertenecen, por aquella colusión tácita entre los políticos, los medios y el público para considerarlos meras comparsas en esta opereta local, con la pasiva tolerancia de la autoridad electoral.

Estamos tan acostumbrados a votar “en contra de” con odio y aversión, que ya olvidamos lo que es elegir “a favor de” con alegría y esperanza. Ya no sabemos si “la fiesta de la democracia” que vivimos ciertos domingos cada dos o tres años responde a un genuino entusiasmo popular, o más bien es la sugerencia de consumo que nos vende el poder de turno como si fuera un detergente o una gaseosa. Si alguna vez existió, se atrofió en este país el juego político y democrático de la confrontación de las diferencias que obliga a debatir y a argumentar, y que exige ser mejores. Solo existe la Fantasía del Todo y la pretensión de ponerla en acto o de frustrarla. ¿Existe alternativa? ¡Claro, votar por Quito eligiendo al mejor! ¿Y El Proyecto? Bueno…