Al cumplir 20 años, en 1918, Medardo Ángel Silva escribió el poema Aniversario, que, en el pasado reciente, muchos recitaban de memoria: “Hoy cumpliré veinte años: amargura sin nombre/ de dejar de ser niño y empezar a ser hombre…”. La poesía, además de acercarnos al disfrute, ayuda a pensar críticamente; por eso se comprende que el decir de muchos escritores perdure tanto, incluso muy por encima del de sus políticos contemporáneos. El hablar de los poetas hace palidecer el de los políticos de poder. Recordamos a Alfredo Baquerizo Moreno –presidente del Ecuador cuando Silva redactó estas líneas– precisamente por haber sido él también poeta y novelista.

¿Qué elabora el poeta cuando está de cumpleaños? Se examina, recurre a la palabra para la instrospección, dignifica la existencia. La lección de la poesía –y de la literatura en general– es que la comunicación humana más trascendente es aquella que se realiza con uno mismo, pues apunta a la transformación de adentro. En el caso del poeta, estar de aniversario no sirve de pretexto para festejar con bullicio simplón y vanidoso el recorrido de sus días, sino una oportunidad para tratar de comprender los enigmas que nos desafían. Solo así se puede crecer. Por el contrario, el festejo de los aniversarios políticos deja verborrea hueca.

“¡Me son duros mis años –y apenas si son veinte–; ahora se envejece tan prematuramente,/ se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos,/ que repentinamente nos encontramos viejos, enfrente de las sombras, de espaldas a la Aurora,/ y solos con la Esfinge siempre interrogadora!”. Cuánta consciencia había en el genial joven poeta que es capaz de pasar, incluso a los lectores de hoy, la incertidumbre vital por la velocidad de las modificaciones que el mundo moderno había traído al puerto de Guayaquil. La poesía interroga, duda, intenta una explicación; no tiene la arrogancia de los poderosos que deliran en la creencia de conocer la solución para todo.

El antropólogo O. Hugo Benavides, al estudiar a Silva en el libro The Politics of Sentiment: Imagining and Remembering Guayaquil (2006), señala de manera frontal que este poema, además, muestra las preocupaciones de Silva por su condición de mulato, en tanto una identidad infravalorada en términos de clase y raza en el jerarquizado Guayaquil de su época. Por ser un producto de la subjetividad, la poesía se asoma a las contradicciones sociales. Al cumplir 20 años, Silva regresa a sus momentos en el aula y se permite ironizar la relación con sus maestros y descreer del aparato escolar.

La escuela de entonces mezclaba el miedo a la palmeta del profesor con la incubación de los primeros amores: “Pero ¿quién atendía a las explicaciones?.../ ¡Hay tanto que observar en los negros rincones!”. La sagacidad de Silva es hacer de un suceso recurrente, un cumpleaños más, la oportunidad para crear un balance cuestionador de su vida. Con el pretexto del cumpleaños, el poeta da cuenta de sus propios cambios: “¡Hoy no es la adolescente mirada y risa franca,/ sino el cansado gesto de precoz amargura/ y está el alma que fuera una paloma blanca/ triste de tantos recuerdos y de tanta lectura!”. La poesía celebra con humildad.