Con profundo dolor recibimos la noticia del fallecimiento de dos grandes e ilustres guayaquileños, Agustín Febres-Cordero Ribadeneyra y Luis Alberto Chiriboga Parra. Ellos nos dejan un ejemplo de cómo se ama y sirve a un pueblo sin necesidad de humillarlo dándole limosnas.
Fueron motores que produjeron fuentes de trabajo, pero también supieron ayudar con mucho acierto a los que más lo necesitaban. Hombres de carácter fuerte, pero corazón filántropo. Hombres que amaron esta tierra con todas las fuerzas de su corazón y fueron, como debe ser todo guayaquileño: altivos, decentes y generosos. Hay coincidencias entre los dos que vale la pena resaltar: ambos cumplían años en la misma fecha, 28 de agosto, aunque nacieron en distintos años; ambos sirvieron a la Honorable Junta de Beneficencia de Guayaquil desde la Maternidad Enrique C. Sotomayor, uno como inspector general y el otro como subinspector; sus decesos ocurren con horas de diferencia. Así es la vida. Partieron dos seres maravillosos que dejaron una huella que el tiempo no podrá borrar en el corazón de los verdaderos guayaquileños. ¡Hasta siempre Gringo y Cabezón. Jamás los olvidaremos!
María Fernanda Insúa Romero,
Guayaquil