Muy bien que se haya llevado a cabo una jornada contra el bullying o acoso escolar. A estos animales hay que matarles desde chiquitos. Educando a los niños y jóvenes para que aborrezcan las conductas abusivas, probablemente se logre erradicar una de las peores tendencias del ser humano: la agresión colectiva contra el diferente. Esta tara proviene de un instinto, que los avicultores y otros criadores de animales habrán visto surgir en sus planteles. El rebaño, la piara o la manada acosa a los débiles o a los distintos hasta expulsarlos o causarles la muerte. No cualquier cosa “natural” es buena, justamente lo humano consiste en la superación de la condición de naturaleza mediante su integración en un proyecto metabiológico.

Factor clave en el bullying es su matriz gregaria, pero este es un problema fácil de yugular por la exclusión del agresor. Lo verdaderamente temible es el colectivo, todos o la mayoría contra el que encarna cualidades que la masa no digiere. En estos procesos es indispensable la presencia de un líder, de un conductor, quien impulsa a sus compañeros a la agresión. Muchísimas veces la víctima de este abuso es seleccionada en base de los prejuicios imperantes en la sociedad, por su religión, sus maneras, su raza, etcétera. El excluirse del grupo atacante conlleva el grave riesgo de ser incluido entre las víctimas. Para estas las consecuencias son desastrosas, quedarán marcadas psicológicamente para toda la vida, cuando no discapacitadas o muertas.

La mera enumeración de las características de este fenómeno trae a la mente, en seguida, procesos de idéntico origen psicosocial, con protagonistas adultos, cuya movilización es política. Basta con sugestionar a una masa de que “la gran mayoría” es amenazada por determinado grupo, para desatar reacciones muy similares a las que se producen en escuelas y colectivos juveniles: exclusión, agresión verbal o física, despojos, hasta el liso asesinato. Aquí está la clave de los linchamientos, por ejemplo. El extranjero, el pelucón, el judío, el infiel, no es de “nosotros, el pueblo”, no hay que tratar con él, es un ser sin derechos del cual hay cómo abusar. Esa es la estructura mental en que se basan todos los movimientos populistas, mayorías cuya identidad se construyen en oposición a otro, al malo, al inaceptable. Demasiados documentos y documentales hay sobre el nazismo, que demuestran hasta la saciedad esta situación. O véase las espeluznantes filmaciones de los primeros años de la revolución cubana, en las que masas enardecidas corean “paredón, paredón” para los contrarrevolucionarios, ante la pregunta de su líder –quien, dicho sea de paso, tiene muchas de las características que los expertos asignan a los cabecillas de bullying–.

Por eso el acoso escolar debe ser prevenido y censurado, no solo para evitar los graves perjuicios a las víctimas directas, sino para educar a la sociedad, vacunándola contra los caudillismos y populismos. El niño, el joven, debe comprender para siempre, que el pertenecer a una mayoría, no le da derecho a agredir a los diferentes, a los disidentes.