Conocido principalmente como narrador –sus seis novelas se agrupan en Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero–, el recién fallecido escritor colombiano Álvaro Mutis también construyó una de las más intensas obras poéticas en lengua castellana. En sus primeros poemas de 1947 a 1952 ya está presente Maqroll el Gaviero como personaje. No en balde los libros poéticos reunidos de Mutis llevan por título Summa de Maqroll el Gaviero. Un gaviero, pues, es quien, subido en la gavia que atraviesa el mástil mayor, registra lo que mira desde allí. ¿No es la poesía una búsqueda de lo que otros no ven?
Maqroll posee una integridad moral a pesar de los límites riesgosos en que se halla embarcado. Es un testigo de acontecimientos insólitos, que siempre rescata el compromiso de la palabra: “Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien poco, es cierto, pero es menester aprovecharlo”. Para Mutis, los viajeros descubren por primera vez cosas, situaciones y territorios. Así funciona la poesía: un verso que nos emociona está relatando, por primera vez, algo del universo: “Como los faraones, es preciso tener las más bellas palabras listas en la boca para que nos acompañen en el viaje por el mundo de las tinieblas”.
Muchos poemas de Mutis se presentan en forma de prosas poéticas repletas de sabiduría: “De nada vale que el poeta lo diga… el poema está hecho desde siempre”. El verso nos sitúa ante otro juego de valores porque el lenguaje nos antecede. La poesía es el instrumento adecuado para hacernos pensar en lo que no queremos pensar, para decir aquello que queremos soslayar, para subrayar lo que no tenemos y lo que nunca seremos: “Cada poema un paso hacia la muerte…/ Cada poema un lento naufragio del deseo…/ Cada poema esparce sobre el mundo/ el agrio cereal de la agonía”.
Álvaro Mutis nos ha dejado una obra deslumbrante –en prosa y en verso–, con un personaje que nos recuerda la posible grandeza del vivir, que sabe sobrellevar las derrotas y que no ve en las victorias motivo de altisonante algarabía, pues todo, hasta lo hermoso, está signado por la finitud. El cuerpo de Mutis ya no está aquí, pero nos ha dejado a Maqroll –nos queda la poesía– para recordarnos la vastedad de los instantes que hacen una vida:
“Si oyes correr el agua en las acequias,/ su manso sueño pasar entre penumbras y musgos,/ con el apagado sonido de algo/ que tiende a demorarse en la sombra vegetal./ Si tienes suerte y preservas ese instante/ con el temblor de los helechos que no cesa,/ con el atónito limo que se debate/ en el cauce inmutable y siempre en viaje./ Si tienes la paciencia del guijarro,/ su voz callada, su gris acento sin aristas,/ y aguardas hasta que la luz haga su entrada, es bueno que sepas que allí van a llamarte/ con un nombre nunca antes pronunciado. / Toda la ardua armonía del mundo/ es probable que entonces te sea revelada,/ pero solo por esa vez./ ¿Sabrás, acaso, descifrarla en el rumor del agua/ que se evade sin remedio y para siempre?”.