¿Habrá en el léxico ecuatoriano alguna palabra que no admita diminutivo? Tratándose de cariño cuando más disminuye la palabra, más grande es el afecto, nacen amorcito, besitos, regalitos, cariñitos, asomando el peligro si se menciona la puntita. El vocablo hombrecito puede ser requiebro para niño crecido, insulto para político adverso. En cuanto a las escaramuzas siempre se podrá decir que las balitas de goma deben lastimar con cariño.

En el año 1965 mi vocabulario castellano se limitaba a fórmulas de saludo. Comprendí luego que existía un abismo entre ahora que significa en este momento, ahorita que dilata la pausa, ahoritita que exige paciencia. Me conquistó aquella faceta de un pueblo que exalta tanto la emotividad. Monseñor Roger Bauger al llegar a Ecuador sin conocer el idioma entendía en el confesionario que “¡Cómo no!” era negación, no reconocimiento de culpa. Me dijo riéndose que poco a poco comprendió por qué se formaba semejante fila de pecadores en busca de su absolución.

Tenemos avioneta, camioneta (en la que suelen treparse determinados políticos), el auto chiquito se vuelve autito, el carné mundano abunda en nombres como Josecito, Miguelito, Manolito, Jaimito, Rubencito, todos metidos en la canastita social, volviéndose ambiguo el caso de Josefa convertida en Chepita, el de Chucho que debe conservar imperativamente su esencia masculina. Como me gusta investigar encontré que Chucho no era solamente un personaje de telenovela, sino el legendario delincuente mejicano José Arriaga apodado El Roto, lo que en aquel entonces (siglo XIX) denotaba elegancia: un futre diríase en Chile. Al fallecer Christian Benítez, aquel apodo adquirió increíble brillo, a su velatorio acudieron como cien mil personas henchidas de afecto, según datos de internet. Aun cuando no son siempre diminutivos, los apodos suelen llevar un intenso matiz emocional. Otras personas tratan de opacar con ello la hombría de una persona en particular.

A la hora del cachondeo, la anatomía toda del ser amado se convierte en inventario de diminutivos aun cuando al progresar la conquista florecen aumentativos, los que pueden o no enorgullecer al macho de turno, a la hembra convertida en potranca cuando no en cuerazo, palabras de poca elegancia. La boquita es para el besito, quedando la debida censura para no empantanarnos en la escabrosa topografía corporal.

Se opera la conversión del diminutivo en aumentativo, nacen los barrigoncitos, las bustoncitas, hasta oí pequeñoncito lo que triplicó la modificación del tamaño. En un siglo donde todo quiere ser super o hiper, resulta grato el uso de aquella conversión al revés. Estamos hablando de tacita, cochecito, florecita, casita, chiquillo, perrito, gatito. Cuando García Lorca nos lanza: “Y yo que me la llevé al río pensando que era mozuela” deducimos que aquella doncella tenía marido. Un aumentativo como matrimoniazo con parafernalia incluida se escucha feo. La palabra muerte no tiene diminutivo, mas existe en ciertos países la tradición del muertito cuando lanzan al novio por el aire después de quitarle la ropa. Como triste conclusión si todo aumenta a la hora del presupuesto va menguando la vida. Tampoco existen diminutivos para el terremoto, el tsunami, el huracán, me quedo con el eufemismo del dolorcito.