Muchos piensan que los desalmados capitalistas han sido los mayores destructores del medio ambiente. Así, cuando se habla de países que han arrasado los ecosistemas se tiende a pensar, en primer lugar, en Estados Unidos e Inglaterra. En verdad, en el “capitalismo real” no se han implementado las mejores prácticas ambientales; especialmente cuando las compañías han actuado en complicidad con los estados, bástenos recordar el tristemente célebre consorcio Cepe-Texaco. Esa combinación, a la que correctamente debemos llamar mercantilismo, aúna la voracidad de los hombres de negocios con la corrupción e ineficiencia de políticos y burócratas. Pero ha sido el socialismo propiamente dicho, con ventaja, el sistema que mayores logros ha obtenido en desastres ambientales.

Cuando se derribó el Muro de Berlín, uno de los descubrimientos que hizo la humanidad fue que toda la República Democrática Alemana era una catástrofe ambiental. El 40% de la población estaba envenenada por anhídrido sulfuroso y la tercera parte de las especies vivas estaba por extinguirse. Los índices de contaminación superaban a cualquier país de Europa occidental y había “ríos de plata”, así llamados por el mercurio que flotaba sobre sus aguas. En el resto de países tras la Cortina de Hierro la situación no era tan alarmante, porque eran menos “desarrollados”, pero en todos hubo desgracias similares, como en la Rumania de Ceaucescu, empeñada en explotar oro y petróleo (¡atención!) a cualquier costa, cuya herencia son ríos muertos y tierras esterilizadas. El único país comunista de América, Cuba es, gracias a su retraso, uno de los menos contaminados del continente, salvo por sus problemas de higiene y mala calidad del agua; pero hay reportes de que las empresas extractoras de níquel y otros minerales hacen de las suyas sin control.

La mamá del comunismo mundial era la Unión Soviética y como tal se lleva la palma también en estos “éxitos”. Chernóbil no fue el único accidente nuclear grave, hubo otros en la zona de Ust Kamenogorsk y en la de Kyshtym. La industria de armamento nuclear contaminó con radiactividad extensas regiones. Los ingenieros soviéticos fueron tan eficientes como para desecar el mar de Aral, que fuera el cuarto lago del mundo, hoy reducido a una charca pestífera; las arenas del desierto que lo rodean son tóxicas. Se considera que una quinta parte del territorio soviético está contaminado de alguna manera. Y ni hablemos de nuestra fraterna China, que aún se llama socialista y que está por convertirse, si no se ha convertido ya, en el país que más contamina en el mundo.

La explicación de todos estas situaciones es muy sencilla. A las empresas les tiene sin cuidado el medio ambiente, mientras hagan negocio. Para controlarlas están los estados republicanos y la prensa libre, que las meten en vereda, aunque no siempre, lo sabemos. En el socialismo como el Estado es propietario y en el mercantilismo, socio, no existen tales límites. Si a ello se suma una prensa amordazada, queda la mesa servida para toda clase de abusos ambientales.

Ha sido el socialismo propiamente dicho, con ventaja, el sistema que mayores logros ha obtenido en desastres ambientales.