En medio de todo lo negativo, debemos agradecer que en esta ocasión le haya tocado a Jaime Guevara. En primer lugar, porque cientos de personas, entre ellas muchos funcionarios del Gobierno, conocen de manera directa el compromiso de Guevara con las causas populares y sobre todo con la defensa de los derechos humanos. Nadie le puede acusar de derechista, pelucón o instrumento de la oligarquía. Otra cosa es que muchos de quienes son testigos de esta realidad prefieran mirar para otro lado porque hay un bien superior que es la defensa del puesto. Dignidad y coherencia son palabras que eliminaron de su léxico.
En segundo lugar, porque Jaime Guevara es un abstemio absoluto, como lo saben esas mismas personas que, con su silencio, prefirieron otorgar validez a la calumnia proferida públicamente. Si no hubiera sido por esa condición, estaríamos discutiendo si fue asunto de tragos y drogas, como sostuvo el infundio lanzado al viento y refrendado por un pusilánime uniformado. Podía transformarse en una verdad, como ocurrió con una acusación similar hecha a un ciudadano que le gritó fascista a comienzos del 2011. La prueba de su afirmación, en este caso, era que hablaba como argentino, lo que, según la sabia interpretación, solamente puede ocurrir cuando alguien está “bajo los efectos de algo, estupefacientes, algo, o ¿ustedes hablan argentino así nomás?” (enlace sabatino número 211). Ya que se trataba de un ser común y corriente quedó marcado para siempre.
No han faltado quienes, para justificar la acción y la acusación hecha en falso, sostienen que fueron reacciones a un gesto agresivo. Un semiólogo les diría que se trata de una seña ampliamente utilizada aquí y en el mundo simplemente para expresar rechazo. Es verdad que en su origen tuvo alguna connotación sexual, pero con el andar del tiempo (unos dos mil años desde que se tiene noticia de su utilización) esta se fue perdiendo y quedó como una muestra de inconformidad, de desagrado o incluso de enojo con una persona, situación o cosa. La yuca o el yucazo, como la conocemos en Ecuador, se denomina corte de manga en el castellano original, en francés es brazo de honor, en portugués es hacer una banana y en italiano se dice el gesto del paraguas. En todos los países en que se hablan esos idiomas se utiliza esa señal con ese contenido y seguramente no debe haber un solo presidente de ellos que no la haya recibido. Que se sepa, en ninguno de esos países los mandatarios se bajaron del vehículo y mucho menos lo convirtieron en un asunto de interés nacional. Será que no se hacen respetar, dirán los unos. O será, por el contrario, que tienen respeto de su cargo, dirán los otros.
Una yuca, políticamente hablando, puede equivaler a cientos de palabras e incluso puede servir para evitar que el desagrado escoja otros caminos menos simbólicos e incontrolables. Para un mandatario puede ser un buen termómetro para medir la temperatura social y política. Solo requiere que previamente baje la suya propia.