He notado sin embargo que existen ahora otros poderes que determinan la moral de los ciudadanos y organizan la vida de la sociedad.

El cielo de Quito se abre al verano tan generosa como reservadamente. Se sacia de sol, de azul pero se guarda para las tardes, para las madrugadas, su verdadero rostro sombrío. Parecería que Quito solo es en esos atardeceres encapotados y lluviosos. Ciudad melancólica, letárgica a pesar y a causa del tráfico, de la burocracia que parece haberse tomado todas las calles y edificios de Quito, la vida familiar y social de la ciudad. Todos hablan de política, viven como si la vida política del país fuera la verdadera vida. Y me sospecho que sí, que la política se está tomando la vida de los seres.

Ahora que he pasado un mes en Quito y me dispongo a hacer las maletas y abandonar la cordillera, creo haber descubierto una ciudad que en realidad no cambia sino que rota y se reorganiza alrededor de diversos amos. Sumisa agazapada en las faldas del Pichincha, le gusta servir tanto como desobedecer. Una ciudad donde tanto el amor como la vida y la alegría suceden a puerta cerrada.

Desde Quito, el 20 de noviembre de 1947, el novelista estadounidense Christopher Isherwood escribió a su amigo James Stern: “Hay una sordidez odiosa, una especie de pereza maligna y de desesperanza detrás de todo. La Iglesia parece casi totalmente malvada, como un gran sapo negro sobre la espalda de los indios. Los indios son terriblemente enérgicos, vivaces y frecuentemente alegres, pero los hacen trabajar como bestias, y sus amos miran inmóviles desde sus hastiados ojos sifilíticos heredados de la España imperial… El lugar está completamente corrompido por la culpa”.

En el verano del 2013 a la Iglesia la he visto poco, se ha vuelto casi invisible, permanece en el seno de ciertas familias que obstinadas se aferran a lo trascendente y sublime, a una espiritualidad tan admirable como banal en su arcaica percepción del mundo. He notado sin embargo que existen ahora otros poderes que determinan la moral de los ciudadanos y organizan la vida de la sociedad. Poderes de una fuerza aterradora, por ser humanos y no divinos, unilaterales, ciegos, manipuladores y omnipresentes.

Se ha reemplazado un dios por otro. La piedad cristiana ha cedido su trono, sin cambiarle ni el tapiz, a la ideología política. Ya en 1947 el escritor Christopher Isherwood se percató de que en Ecuador, el arte de denuncia social proveía “un medio estético para aquellos que ya no encuentran inspiración en el lenguaje del catolicismo. La agonía de las masas sustituye a la agonía de Cristo. La madre campesina viene a ocupar el lugar de la Virgen y el Niño. Dios Padre […] ha cedido su puesto de honor a la figura de Karl Marx”. Por supuesto, Marx ya pasó de moda, pero dejó epígonos para largo …