Es algo que oímos y decimos con frecuencia: se necesita diálogo. Se lo requiere en la familia, en el barrio, en la escuela, en los lugares de trabajo, en la política, en la vida.

La necesidad procede de la propia naturaleza humana, somos seres sociales, no estamos solos y vivimos en comunidad. Conocemos, pensamos, sentimos y queremos compartirlo.

Una simple definición nos dice que diálogo es la forma oral o escrita en la que se comunican dos o más personas. Algunos son espontáneos, no requieren planificación y se dan en la cotidianidad. Otros son preparados y se producen alrededor de temas previamente señalados y su objetivo es llegar a conclusiones o acuerdos. Los hay también en la literatura, en prosa o en verso, con el diálogo el autor crea conversaciones o controversias; su creador fue Platón.

Pero ¿es el diálogo un simple intercambio de palabras? En realidad no, porque los seres humanos somos, de alguna manera, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que nos inquieta, lo que nos alegra, lo que nos deprime, las palabras expresan todo eso, que es lo que hace que un verdadero diálogo se convierta en un encuentro de enriquecimiento mutuo, eso que hace que de cada contacto con el otro salgamos enriquecidos, porque al caer las barreras, lo diferente se vuelve conocido y cercano, dejamos de temerle, lo incorporamos a nuestra realidad y aprendemos a relacionarnos con ello.

Para que el diálogo se inicie y fluya, es necesaria la aceptación del otro con su realidad. En toda negativa a dialogar hay en el fondo una descalificación y desvalorización de la otra persona desde la propia autosuficiencia. Cuando la iniciación del diálogo se condiciona y se arranca desde prejuicios, no es verdadero, ni permitirá el crecimiento de las partes, que el intercambio de ideas y actitudes puede dejar, ni llevará a la búsqueda de la verdad y a los acuerdos.

Esto es válido para todas las relaciones humanas y hay que fomentar en los niños la actitud dialogante, para que su inserción en la sociedad sea fácil y beneficiosa para ellos y para sus pares.

En la cultura actual, cuando el uso de los medios electrónicos ha desplazado el contacto directo y todo tiende al individualismo, es más importante que nunca el entender la importancia de la buena comunicación entre las personas y entre los pueblos.

En su reciente visita a Brasil, el papa Francisco, hablando ante diplomáticos, intelectuales, empresarios, artistas, políticos, líderes comunitarios y religiosos, fue enfático sobre el tema: “Entre la indiferencia egoísta y la protesta siempre hay una opción posible: el diálogo”, y añadió: El mundo no es posible sin conversaciones constructivas y la única manera de que los pueblos avancen es con la cultura del encuentro… una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno en cambio”. “Hoy se apuesta por el diálogo o todos perdemos”, afirmó.

Es interesante preguntarse si nosotros como ciudadanos y nuestro gobierno tenemos la actitud dialogante que permite vivir en democracia y juntos alcanzar el progreso.