Hoy celebramos el cumpleaños de nuestra ciudad. Más allá de los retóricos discursos que repetirán la palabra ‘Guayaquil’ mil veces, y de las actividades que se quieren convertir de manera pabloviana en tradición, los aniversarios son hitos temporales indispensables para los seres humanos, pues nos permiten reflexionar sobre el trayecto recorrido y el camino por recorrer.
Está de más mencionar los logros de nuestra ciudad, a través de su historia. Frederich Hassaurek, quien fuera el primer embajador de Estados Unidos en Ecuador, inicia su libro Cuatro años entre los ecuatorianos narrando su arribo a Guayaquil. Sus palabras describen un puerto humilde pero dinámico, con calles que se convierten en verdaderos lodazales con las lluvias. Detrás de esa dinámica se encuentran siglos de adversidades: un emplazamiento pantanoso y hostil, piratas, incendios, plagas. La ciudad aprendió a ser frontal con sus problemas. Esa frontalidad que fue tan útil ante las adversidades del pasado es una virtud que no debe perderse, que debe ser manejada con sabiduría y con humildad, ante los problemas que debemos enfrentar en la actualidad y en el futuro.
Muchos pueden creer que si Hassaurek arribara al Guayaquil de nuestros días, encontraría un paisaje urbano diferente; que se dejaría embelesar por un Malecón impresionante, acompañado por un fondo de edificaciones que emergen de lo que antes fueran manglares. Tal visión puede ser cierta, si es que el mencionado embajador llegara a las orillas que comparte el centro de la ciudad con la ría. Pero para lograr tal atraco, el Hassaurek contemporáneo debería esquivar una serie de bajos que obstaculizan la navegación y el cauce del Guayas. El emprendimiento y empuje de nuestra urbe estaría fuera del paisaje, si el Hassaurek contemporáneo atracara en las aguas de nuestro estero Salado, donde aún hay personas que viven en condiciones peores a las que vio el embajador estadounidense del siglo XIX.
Este es el momento ideal para revisar lo que hemos sido. Aprender de nuestros aciertos y aceptar con humildad nuestros errores. Ver de manera sincera y sin autoengaños cómo es que tales virtudes y defectos nos han transformado en la ciudad que somos hoy. Luego de esa lectura sincera de nosotros mismos, podemos trazar aspiraciones para lo que deseamos ser mañana. Caso contrario, caeremos en el autoengaño y nos desenvolveremos con muletillas semejantes a las de la niña que se maquilla queriendo emular a su madre (metáfora robada descaradamente por mí, de mi amigo y colega Esquilo Morán), o a las del gordo que hunde la barriga frente al espejo.
Guayaquil, eres grande. Te has formado en los golpes de la forja. Me es imposible no quererte sin máscaras, tal y cual como eres. Pero tus logros del pasado no deben ser motivo para conformismos. No pierdas tu tiempo mirando viejos trofeos, y emprende nuevos desafíos. Que no te roben con maquillajes y decoros la ambición de ser y hacer más. Tu futuro urbano depende de los desafíos que tú misma te propongas. Hay mucho por hacer, y tienes mucho para dar.
Eres grande, pero aún puedes serlo mucho más. ¡Feliz cumpleaños!