Las grageas son porciones de materia medicamentosa cubiertas por una capa agradable al paladar, curan males o los alivian. Aquí van algunas: para diversos males, para enfermos ignotos. No las encadenen, por favor; no busquen antecedentes ni consecuentes; si bien se pertenecen, persiguen destinos variados y dispersos. Se defienden solas.

1. “Quisiera pedir a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos custodios de la creación. El odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida” (papa Francisco).

El nuevo papa es un experto cirujano. Sus palabras separan la carne buena de aquello que está putrefacto o en proceso de serlo. Lo hace con sonrisas. Señala el camino. Invita a pensar. Busca la enmienda. No la impone. Cree que otros pueden pensar mejor que él; sabe que, en el día a día, no es infalible. Sus oídos están abiertos al consenso, a una mejor opinión. Cree en la libertad, lo demuestra con hechos. La libertad no claudica frente al mal; lo entiende, lo tolera, busca sanidad.

2. Mientras borroneo estas líneas contemplo el retrato de Mahatma Ghandi; lo veo con su blanco manto, su tez morena, sus ojos escudriñadores atrincherados tras el diminuto armazón de sus viejos lentes. Le oigo sentenciar, impasible, cadencioso, hierático: “La felicidad sobrevive cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía”. Los griegos y los romanos; los ascetas y los libertinos; los cultos y también los iletrados; los antiguos y los contemporáneos; todos, sin excepción alguna, hablan, anhelan, se afanan, persiguen la felicidad; viven y mueren por ella.

3. La felicidad es para algunos el placer. Para otros, el poder. Hay quienes se sienten ahítos de felicidad cuando tienen el poder en sus manos, mejor aún, cuando conquistan todos los poderes a fin de convertirlos en instrumentos idóneos para cumplir con anhelos insatisfechos, para llenar oquedades, para sentirse dioses y amos en su mundo onírico, para colocar pesadas lápidas sobre enemigos reales e imaginarios o para erigir pedestales a quienes con docilidad impropia de la raza humana rinden culto al dador de bienes ajenos y dispensador de dádivas casquivanas. Decía José de San Martín: “La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”.

4. Pocos entendieron, entienden o entendemos que la esencia de la felicidad radica en conseguir la armonía interna, el equilibrio emocional, la correlación armónica entre cuerpo y alma, el ensamblaje de las facultades y posibilidades corpóreas y espirituales para establecer caminos de superación y servicio a la familia, a la comunidad nacional o internacional.

El hombre como persona al servicio del ser-hombre, uncido al presente y al devenir del universo, es la máxima realización de quienes creen en el humanismo y que luchan porque este modus vivendi singular se convierta en una meta cercana a la vida de sus congéneres.

“La Puntilla de Santa Elena es una joya que debe brillar”.