El reciente 26 de abril, en horas de la madrugada, y por orden del jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires Mauricio Macri, un pelotón de asalto de la Policía Metropolitana irrumpió violentamente en las instalaciones del hospital psiquiátrico “José Tiburcio Borda” para ejecutar la expropiación de un pabellón del hospital autorizada por un tribunal. La operación –de corte casi militar– dejó como saldo medio centenar de heridos entre médicos, pacientes, trabajadores, periodistas y legisladores que se oponían a la medida; ellos recibieron el impacto de balas de goma, toletes y gases lacrimógenos. Además, fueron detenidos algunos defensores del hospital “por alterar el orden público”. Conocido empresario, hombre de negocios, dirigente deportivo y político, Macri dispuso la expropiación para construir allí un “centro cívico”.

El incidente, ignorado en casi todo el planeta, despertó una polémica momentánea en Argentina, que probablemente no trascenderá demasiado porque en la mayoría de los países a los ciudadanos no les interesa demasiado la suerte de los locos… y a las autoridades de salud tampoco. La víspera del asalto al Borda, un incendio causado por malas instalaciones destruyó un hospital psiquiátrico en Moscú y mató a 36 pacientes; la tragedia distó de producir el mismo efecto en la población del que se habría generado si se trataba de un hospital pediátrico, por ejemplo. Desde que existen las instituciones psiquiátricas modernas, los ciudadanos se sienten aliviados porque hay un lugar de depósito para los desechables de la sociedad. La gente mira con una especie de “indiferencia eugenésica” la muerte de los pacientes psiquiátricos.

Siendo la institución más grande y antigua de Buenos Aires para el cuidado de las personas con trastornos mentales, el hospital Borda entró desde hace años en un proceso de “desmanicomialización” análogo al que se ha implementado en el Instituto de Neurociencias de Guayaquil. El objetivo: lograr que la institución psiquiátrica deje de ser una bodega de seres humanos, y se convierta en un espacio genuinamente terapéutico para recuperar a los pacientes y conseguir su reinserción en las familias y en la sociedad. En el Borda, estas iniciativas surgieron de los mismos pacientes, de sus familiares y de los médicos, antes que de las autoridades nacionales de salud. Desde hace décadas allí se han construido diferentes espacios para capacitar a los pacientes, incluyendo talleres como los que fueron demolidos por órdenes de Macri. Allí funciona la radio La Colifata dirigida por los mismos pacientes para que la población escuche su voz.

La preocupación por la salud mental no genera réditos políticos en ninguna parte, y no es “mediática” como la inquietud por los niños o por las madres. Quizás por eso las instituciones psiquiátricas no reciben tanto presupuesto como otros hospitales. Quizás por eso a la gente le sorprende que los pacientes psiquiátricos tengan derechos. Quizás por eso los alcaldes de muchas ciudades creen que pueden tomar decisiones que los afectan sin consultarlos. Quizás por eso muchos países, particularmente en el hemisferio sur, no tienen proyectos y leyes de salud mental y funcionan “al buen tun-tun” en las políticas de tratamiento para las personas con estos problemas. Quizás por eso en el Ecuador todavía no tenemos ley ni proyecto de salud mental.