Un embajador en una conmemoración de periodistas. Tres periodistas apadrinados por una potencia extranjera. Tuiteros que amenazan de la manera más ingenua, tuiteados que se las toman en serio. Obreros de la comunicación polarizados por un tema que se limita a estar a favor o en contra de… limitados a hacer propaganda u oposición.

El oficio de comunicar ha caído en un entrampamiento que no va más allá de la pugna y la confrontación. Políticas.

Desde esta lejanía que significa no estar en ese centralismo bipolar que, para “los de provincia”, representa no pertenecer ni a Quito ni a Guayaquil, miramos e interpretamos los procesos del país casi como convidados. Invitados ocasionales. En resumen, resulta que desde allí y desde allá se impone una agenda que construye lo que creen es el país, y que se filtra con un perfil estrictamente político. Y confrontativo.

En esa construcción de realidades parciales, de imaginarios, de universos propios, la oferta mediática se ha limitado, en los últimos cinco o seis años, a lo que el ámbito político dicta: ¿cuándo salieron de las agendas aquellas historias que nos redimían, nos esperanzaban, nos visibilizaban como sociedad?

En ese entrampamiento que vive el oficio, la polarización de los actores es la consecuencia más grave. Olvidamos ver al otro, para vernos a nosotros mismos, como si la teoría del espejo fuese mirarnos, en lugar de mirar y reflejar un país.

Furibundos editoriales televisivos e impresos en medios oficiales o incautados, de quienes no tuvieron otra escuela o guía que los medios a los que se han dedicado a criticar, en lugar de proponer la forma de hacer un mejor periodismo, o solo periodismo y no propaganda. Medios, otros, absorbidos por esa dinámica de mercado e intereses de poder y no de servicio. Y en medio un país que se ha dejado de contar.

Digo: que actores políticos sean los invitados a un evento que procuraba reivindicar un derecho ciudadano expresado a través del periodismo, suena disonante. Que nos sobresaltemos por un tuit bobo, suena paranoico. Que uno y otro sea motivo de debate público desde el poder, resulta estrategia de marketing.

Queda esperanzarse en que finalmente entendamos que no somos ni partidarios ni oposición. Que ese rol no nos corresponde. Que allá los periodistas con anhelos de políticos, cómodos en y con el poder. Que la única manera de no temerle a una arremetida es con un oficio más riguroso. Y así, dejar de hacer política periodística, o periodismo político.

La cosa es más complicada desde las aulas. Convencidos como estamos de que la mejor manera de desterrar la ingenuidad de los futuros comunicadores es con una formación crítica y multidisciplinaria, cuidamos que no se pase la raya de la militancia. Que aunque tomamos partido desde nuestras subjetividades, el atrincherarse partidistamente empaña el reflejo de ese país que la prensa debería proyectar. Lo limita y distorsiona. Y los rostros que se proyectan no son los de ese variopinto Ecuador.

Creo que los últimos indicadores de periodistas hablando cada vez más de sí mismos, es la campanillada de alerta: el periodismo debe recuperar su rol. Y dejar las curules a quienes corresponda.