La noche en que mataron a su esposo, Cindy Cedeño González llegó a su casa, se cambió la ropa con salpicaduras de sangre y reunió a sus cuatro hijos: “Les dije que su papá, al que veían como un superhéroe, estaba en el cielo, que desde allá los estaba viendo, que ellos no lo podían ver, pero él sí. La verdad, no sé ni cómo les dije. El más pequeño, de 4 años, me pregunta dónde está su papá, coge la foto y le da besos. El de 8 años lloró cuando supo que murió”.
La noche del 18 de enero del 2022, el esposo de Cindy, Freddy Laaz, falleció víctima de los disparos de un delincuente que entró a un restaurante a asaltar a los clientes. “Nos habíamos detenido a comer un shawarma cuando él se da cuenta de que unos tipos ingresan al local. Yo estaba de espaldas, mi esposo sacó el arma y dijo: ‘Alto, Policía’. Yo me tiré al piso y me arrastré. Empezaron los disparos y pensé que mi esposo había ido a buscar a los otros delincuentes. Al ver que no había bulla empiezo a buscarlo y veo el cadáver del ladrón y unos metros más adelante, aún con vida, a mi esposo”.
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El único disparo que recibió en el pecho fue fulminante para Freddy Laaz, policía activo de 39 años, buzo profesional y miembro de la Unidad GEMA (Grupo Especial Móvil Antinarcóticos), padre de seis hijos y esposo de Cindy desde hacía doce años. “El abatió a un delincuente. Tal vez si la ambulancia no se demoraba los 30 minutos que tardó, él hubiera resistido. Yo pedía que alguien me ayude a llevarlo al hospital, pero nadie movía un dedo, una desesperación, la persona que uno ama está ahí y no poder hacer nada, es una impotencia”, cuenta Cindy, de 36 años, la tarde del 13 de enero, a días de cumplirse el primer año del fallecimiento de su esposo.
Su muerte no ha quedado en el olvido, como tantas en el país. La Fiscalía abrió de oficio una investigación y logró la detención de dos de los delincuentes, quienes han sido llamados a juicio y están a la espera de las audiencias judiciales. Su caso avanza en los juzgados, pero ella espera la sentencia. “Aún no sé si quedará impune, porque aún no se ha dictado una sentencia, detenidos hay, pero los acusados pueden alegar o no”, dice al recalcar que la Policía ha estado pendiente del caso y les ha dado becas a sus hijos.
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Mientras, Cindy ha vivido el año más duro de su vida. Se ha convertido en padre y madre de sus cuatro hijos, trabaja en su negocio y se apoya en Dios para lograr la fuerza cada día.
No es fácil ser mamá de mis cuatro hijos, he tenido que tragarme las lágrimas y tratar de darles lo mejor de mí. Mis hijos me han enseñado que esta batalla se gana con amor, paciencia, de rodillas ante Dios
Cindy Cedeño, viuda de Freddy Laaz, policía asesinado en enero de 2022.
Cindy también se llena de coraje. No quiere más muertes. Reclama un Ecuador de paz. “Ya basta de tanta politiquería, ya es hora de darle valor a la Policía, de qué sirve que arriesguen su vida si después vemos al delincuente como si nada en las calles. Que se pongan la mano en el corazón, que queremos un Guayaquil de paz, que nuestros hijos vayan tranquilos al parque, al colegio”.
Víctimas de explosión
El silencio que se vive en el día contrasta con el ruido nocturno. En el día las viviendas parecen abandonadas. Todo es que caiga la noche para que “se prenda la fiesta” en la calle más animada del suburbio de Guayaquil, la llamada Calle 8, en el sector del Cristo del Consuelo.
Las salas de las casas y las calles se vuelven pistas de baile; las aceras, comedores; y los portales, locales comerciales. Ahí se vende de todo. “Cerveza, arroz con menestra, hasta caldo de salchicha a la medianoche” pueden comer los que buscan matar el ‘chuchaqui’ para seguir la rumba. No hay horario, son las tres de la madrugada y el baile sigue.
Ese ambiente se vivía a las tres y media del 14 de agosto cuando delincuentes de una banda criminal colocaron en la mitad de la calle sacos con explosivos que mataron a cinco personas e hirieron a 17, además de dañar casas y carros.
Roddy Chóez, de 49 años, estaba en la planta alta de una casa cuando ocurrió la detonación. “Él recuerda que estaba quedándose dormido y una amiga se asoma a la ventana, reclama por algo, él sale y alcanza a ver que estaban poniendo un saco, luego ya no recuerda más”, cuenta Scarlett Chóez, la hija de Roddy, en esos días con reposo médico tras una segunda cirugía para salvarle el segundo oído.
Por la explosión, Roddy ha tenido que operarse los ojos y oídos. “Él perdió la vista derecha totalmente, le tuvieron que retirar el globo ocular. Haciendo los esfuerzos, se logró operar en Funcrisa la vista izquierda, se le pudo salvar, pero tiene baja visión, hay la posibilidad de que se le haga otra operación”, cuenta Scarlett al explicar los daños que sufrió su padre, una de las víctimas colaterales de ese atentado nunca antes visto en Guayaquil.
Ella dormía cuando le fueron a avisar que su papá era una víctima. “Cuando llegué fue muy impactante. No había luz, casas destruidas, vidrios por todos lados, personas calcinadas, algunas solo tenían medio cuerpo, otras con huesos salidos, en medio de eso se buscaban sobrevivientes”.
Scarlett no encontró a Roddy entre los escombros, porque en una ambulancia ya lo habían llevado al hospital Guayaquil, en el mismo suburbio. Allá lo encontró. Sobre una camilla, con un suero que colgaba hasta la mano y con los ojos y oídos sangrando.
Tenía esquirlas por todo el cuerpo, estaba mojado y temblaba. Solo decía ‘tengo frío’. Me dijo: ‘No dejes que pierda las vistas
Scarlett Choez, cuyo padre fue víctima colateral de ataque con explosivos en el sector de Cristo del Consuelo.
En la sala de urgencias faltaban medicinas, enfermeras. “A las 5 y 45 el médico de guardia me dijo que le daba el alta, que retire paracetamol e ibuprofeno en la farmacia. Me dio desesperación e impotencia”. Scarlett, en media sala de urgencias, gritó: “Yo no me lo voy a llevar de alta hasta que ustedes le hagan todos los exámenes que indiquen que su vida no corre peligro”. Sacó su teléfono y se grabó en la sala de urgencias, hasta que una doctora reingresó a su papá para hacerle más exámenes.
Así le diagnosticaron las lesiones en los ojos y oídos. Los últimos seis meses, Roddy ha pasado en consultas, cirugías y tratamientos. A un lado quedó su proceso de titulación en la carrera de Derecho y los casos judiciales que llevaba. Su futuro profesional es incierto.
Desde ese 14 de agosto, Scarlett, una psicóloga educativa y estudiante de Derecho, asume casi todos los gastos del hogar donde vive con Roddy, una hermana discapacitada y su abuelo de la tercera edad.
Su vida no ha vuelto a ser la misma, ella también es una víctima colateral, pero al menos tiene esperanzas de que se haga justicia y que se logre una sentencia dentro de las dos investigaciones que lleva a cabo la Fiscalía y en la que han detenido a cinco personas. (I)