El tiempo no cura el dolor de una madre. Hay días en que Ana siente que le duele más que nunca la muerte de su hijo. “A medida que pasa el tiempo, más me duele. El tiempo no cura las heridas. Al acostarme y al levantarme le pido fuerzas a Dios. Es difícil vivir todo el tiempo así. Todos los días recuerdo cuando lo mataron”.

Andrehus Yasmani era su segundo hijo. “Cariñoso. Cuando estaba brava me abrazaba, me decía: ‘Señora, no se ponga brava’. Tenía 22 años. Es duro vivir sin él”. La madrugada del 20 de febrero del 2022, una carga de dinamita le explotó en el cuerpo y le desprendió la cabeza. El estruendo despertó a los vecinos del Bloque 2 de Bastión Popular y causó conmoción en Guayaquil, la ciudad que más muertes violentas registra en el país: 1.954 en 2022, entre asesinatos y tentativas, según la Fiscalía.

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Ha pasado un año y no solo el dolor por la muerte de Yasmani ha sido el motor de Ana para buscar justicia; también le indigna “la forma en que murió, todo lo que le hicieron”. “Mi hijo no era malo para que le hayan hecho eso”, dijo Ana el pasado 30 de enero, un día antes de que se realizara la audiencia pendiente para que el juez dictara sentencia. Este proceso, reclama Ana, ha sido muy largo.

Ya es un año y aún no tengo una respuestas de qué va a pasar. Hay un detenido; nunca ha declarado: las veces que ha tenido que declarar nunca lo ha hecho. El detenido era el amigo que andaba aquella noche con él. Aquel día que lo cogieron dijeron que tenía mucho que ver, porque a él le encontraron más tacos de dinamita en su casa. Es el único informe que tengo de la Policía. No sé qué más le haya dicho a la Policía. Se acogió al silencio

Ana, madre de Yasmani.

La muerte del hijo de Ana no ha quedado impune. La Policía detuvo el mismo día, en flagrancia, a un amigo de Yasmani, Brian Rafael, a quien un testigo vio huir de la escena tras la explosión, según consta en el proceso judicial, donde se incluyen las pruebas que determinan la responsabilidad del acusado. “Este huyó de dicho lugar. Los explosivos encontrados en el domicilio del procesado son de similares características a los encontrados en la víctima, y la ropa tiene la misma composición química”, señalan informes de la Fiscalía; mientras que el parte policial reseña que la madrugada en que mataron a Yasmani, a eso de las dos, él llegó con unos amigos a su casa y se quedaron bebiendo en el portal.

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‘Paren las muertes’, grito de familias de víctimas colaterales

A las tres y media, cuando él quería seguir bebiendo y su madre no lo dejaba, Yasmani y sus amigos se fueron a una esquina cercana a seguir libando, mientras que Ana entró a descansar. “Siendo las 05h30, aproximadamente, habrían escuchado un gran estruendo, saliendo a precipitada carrera, pero no vio a su hijo. Luego se acerca una señora de nombres Nataly Chernes diciéndole que a su hijo lo habían asesinado”.

El caso —resalta la Fiscalía— provocó una gran alarma social. “Este hecho fue de una manera atroz, ya que procedieron a meter un aparato explosivo, lo que ocasionó el desprendimiento de la cabeza, produciéndose un hecho que causó tremenda alarma social. Este es el hecho con el que se fundamenta el dictamen acusatorio”, señaló la Fiscalía.

Yasmani no tenía trabajo fijo, pero solía acompañar a un vecino que lo llevaba a trabajar dos días por semana ‘en lo que había’; también ayudaba con los quehaceres de la casa. “Yo quiero justicia por lo que le hicieron a mi hijo, a pesar de que tanta gente me dijo que no lo haga; incluso mi familia no estuvo de acuerdo, pero algo dentro de mí no me dejaba. Yo tenía que hacerlo, tenía que denunciar, aunque tengo miedo de que nos hagan algo, porque estamos aquí solos”.

Al menos 90 fallecidos y 385 heridos suman las víctimas colaterales durante el año de mayor violencia en el país

Cuando ocurrió el crimen de Yasmani, Ana fue incluida en el programa de víctimas y testigos de la Fiscalía, pero por poco tiempo. “Me dijeron que estaba en el grupo. El primer mes, ellos andaban por aquí, me pusieron el botón de pánico, me dijeron que cualquier cosa presione el botón. Luego me hicieron firmar una hoja de todo el mes; me hicieron firmar, pero no venían. Tenía que ser diario, pero no. Ellos me traían para que firme de todo el mes. Solo un mes lo hicieron; luego ya dejaron de venir”, se quejó Ana, pendiente de la fecha final de la audiencia de sentencia judicial.

Ella espera que el juez fije la pena máxima, de 34 años, para el responsable. “Yo estoy al frente del proceso. Yo voy sola a las audiencias. Ya di mi testimonio: yo dije lo que vi aquella noche; fue en la madrugada. En mi testimonio yo digo todo lo que vi, con quién él estaba, las últimas horas de él”, contó Ana aún con temor por alguna represalia de parte de quienes asesinaron a su hijo, pero confiada en que Dios sea la guía para buscar justicia. (I)