Marlon tenía la necesidad de salir a trabajar en las noches, se registró en una de las aplicaciones de servicio de taxi. Su jornada era desde las 21:00 hasta las 06:00 del siguiente día. Eso significaba una recaudación de $ 50 a $ 60 diarios.

Trabajó así un par de meses, estaba cumpliendo una base que se había impuesto, pero no se imaginó que una noche todo iba a cambiar en su vida.

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Cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, solicitaron una carrera a la altura de la Loma de Puengasí, en el suroriente de Quito. Cuando abordaron el vehículo empezaron a mantener una conversación, pero sintió intranquilidad.

Marlon, como muchos taxistas, formaba parte de una aplicación que cumple el trabajo de una central de comunicación de radios, pero desde el celular. Por esta plataforma notificó en clave que tenía clientes sospechosos y pidió que le fueran monitoreando.

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Los clientes le habían dicho que no son de la capital, que no conocen la ciudad, sin embargo, mientras transcurría el camino le indicaban por dónde dirigirse hasta que terminaron en el extremo sur de la urbe.

“Les abrí la puerta para que se bajen y sentí un golpe duro en el pecho, cuando me di cuenta era una puñalada que recibí, yo tomé el puñal con las manos, hasta eso, con otro cuchillo me dieron cinco puñaladas en el hombro, y después recibí dos puñaladas más en la pierna”.

“En la desesperación no sentía dolor, solo agarraba los puñales y ellos me empezaron a insultar, me dijeron: ‘Suéltame o aquí mismo te mato, suelta el cuchillo’. Yo me tranquilicé y le dije llévate todo lo que quieras, pero déjame sano, tengo dos niñas por las cuales estoy trabajando, por favor, no me hagas más daño”.

“Ahí le dije déjame bajar aquí y llévate el carro, lo que tú quieras. Entonces, el tipo me empezó a decir: ‘No, te voy a matar, ya me viste y me vas a delatar’, entre otros insultos”, relató Marlon.

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Lo agarraron del cuello y pasaron para la parte de atrás. Durante todo este tiempo, el conductor empezó a perder sangre por las múltiples heridas. Marlon le pidió a una de las mujeres que lo ayudara y que le pusiera una franela en el pecho, pues esa era la herida más grave y la sangre no paraba de salir.

Ella accedió y le puso la franela para detener la hemorragia por esa herida. Marlon para ese momento estaba con las manos amarradas con cordones de sus zapatos.

Como lo tenían con la cabeza mirando hacia el piso, no sabía por dónde lo estaban transportando, hasta que uno de los sujetos lo amenazó nuevamente, pues se habían perdido en el sur de la ciudad. “Te voy a matar si no me ayudas a salir de aquí”, le había gritado uno de los delincuentes.

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“Le pedí que me deje ver, le dirigí, salimos a la Simón Bolívar, con vía a Tambillo, pasamos para Guamaní, y me dijo que quería regresar al desvío al valle de los Chillos, nos pasamos hasta el desvío para tomar la Ruta Viva y de ahí nos regresamos otra vez al puente para tomar la avenida Rumiñahui”.

“Ahí le entró una llamada a uno de los sujetos y me dijeron que hable; el hombre de la llamada me preguntó qué marca es el carro, a nombre de quién está, si está matriculado o no y si tiene rastreador. En eso le dijo al tipo: ‘Verás, no vayas a hacerle nada al señor, el tipo está colaborando, déjamelo sano al cucho, no quiero que lo mates’. Hasta eso una chica me acariciaba la cabeza y me decía: ‘Tranquilo, papito, no te vamos a matar’”, agregó.

Al llegar a una quebrada, uno de los sujetos le dijo que se bajara y que no regresara a ver. Marlon se imaginó que iba a recibir un disparo o que acabarían con su vida con uno de los cuchillos con los que le propinaron las ocho puñaladas que recibió. Pero no, recibió una fuerte patada y cayó a la quebrada.

Él se acuerda que empezó a girar entre los matorrales y caer sin parar. Los delincuentes no esperaban que el cuerpo se fuera tan abajo y empezaron a gritar para confirmar si estaba con vida. Marlon recuerda que se quedó acostado en el lugar que se detuvo y no respondió.

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Por la gravedad de sus heridas, se desmayó, cuando despertó se dio cuenta de que estaba lloviendo y que los delincuentes se habían ido con su vehículo marca Spark, de color negro.

Logró desatarse las manos y empezó a subir la quebrada, luego acudió a un dispensario médico ubicado en el peaje de esa carretera. Los paramédicos llamaron a la Policía y fue trasladado a un hospital, donde permaneció por tres semanas.

Marlon tenía perforado un pulmón, perdió dos pintas y media de sangre, entre las dos manos fueron 48 puntos de sutura, y en total, más de 52 puntos.

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Ahora se quedó sin trabajo, con la deuda de su atención médica y la del carro. Finalmente, dijo con molestia que acudió a poner la denuncia cuando encontraron el cuerpo de otro taxista, sin vida, y detuvieron a los presuntos delincuentes que le abandonaron en la misma zona que a él le botaron. Sin embargo, le dijeron que evite tener más problemas, que no ingrese la denuncia porque podrían salir en libertad y tomar represalias contra él o su familia.

Según la Policía, en Quito, bajo la modalidad de robo con muerte ya han registrado nueve casos en lo que va del 2023. Marlon se salvó de ser parte de esta cifra.

Lo último que supo de su vehículo es que está en algún suburbio de Guayaquil, pues con el celular que le robaron empezaron a tomarse fotografías. Pidió a la Policía la ayuda para recuperar el carro, pero le dijeron que debía esperar a que el automotor sea retenido en un operativo.

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“Qué impotencia se siente, de este hecho, es fácil ir a buscar mi carro, pero también sé que si voy solo me expongo. Me di cuenta de que la ley no beneficia al ciudadano de bien, todo está corrompido para los pillos”, agregó, aunque aceptó que corrió con suerte porque no murió, como en otros casos ha ocurrido. (I)