Todos concuerdan en que vivieron una película de terror en Ucrania. Veían a niños llorando, personas empujándose y arañándose por subir al tren, algunos desmayados, otros abrazándose para soportar el fuerte frío por las noches. Estas escenas Solange, José y otro compatriota, quien prefirió la reserva de su nombre, jamás la olvidarán.

Tuvieron que pasar entre dos a cuatro días durmiendo en el suelo y comiendo galletas. Dos de ellos ya están en el país junto a sus familias. El otro aún espera regresar. Dicen que ya habrá el momento para analizar sus carreras estudiantiles. Por ahora quieren sentir esa protección que la encuentran en los brazos de sus padres.

Esa sensación la vivió el quiteño José Manosalvas, quien llegó hace más de tres años a Ucrania. Él tiene 21 años y estudiaba medicina en la Universidad Estatal Médica de Zaporizhia. A las 05:00 del 24 de febrero fue alertado del inicio del conflicto entre Rusia y Ucrania. Sin embargo, en la universidad les pedían calma.

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José siguió esas indicaciones hasta que los militares rusos atacaron Kiev: “Hubo miedo, terror, desesperación. Nos llegó un mensaje de la presidenta de ecuatorianos de mi universidad que hagamos una maleta pequeña y tengamos víveres. Nos pidió que nos reuniéramos en las residencias”.

Cuando la situación empeoró, José corrió a resguardarse al búnker, pero no lo logró porque la prioridad eran los ciudadanos locales. “Ese día con un grupo de amigos pasamos en un cuarto de residencia sin poder dormir. Cerrábamos los ojos y al mínimo sonido nos levantábamos y para esas horas las únicas reservas que conseguimos entre todos fue galletas, papas y agua”, cuenta.

Tomaron la decisión de huir de Zaporizhia. Eran un grupo de trece personas, ocho mujeres y cinco hombres, entre ellos, una bebé de dos meses. Y desde ese momento empezó la odisea.

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Acudieron a la estación de tren más cercana y compraron boletos para Dnipró.

Ingresar a ese tren fue una lucha. Dice que las personas se empujaban por la desesperación de subirse. “Aguantamos rasguños, golpes, jalones”, apunta y añade que el tren solo paraba en Lviv.

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Viajaron durante 22 horas. Las mujeres y quien tenía la bebé iban sentadas. Los demás soportaron parados. En ese tramo no comieron ni tomaron agua. “No se imagina el dolor de pies, el sueño, el hambre, la sed… dormíamos parados y hacíamos turno de quien se dormía y quien iba despierto por si acaso en otra parada del tren nos quieran bajar”, relata.

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Al llegar a Lviv pretendían ir a la frontera con Polonia, pero estaba colapsada. Decidieron ir a Hungría por la recomendación de un amigo y así fue.

Compraron un pasaje de tren para Chop. Soportaron el frío hasta que amanezca. José estaba muy preocupado por el bebé que viajaba con ellos y todos reunían cobijas para abrigarlo. “Tratábamos de hacer calor a su alrededor porque el frío era demasiado. Nos dolían las piernas, las manos. Fue lo más triste, nos marcó mucho”, apunta.

Después de llegar a Chop pagaron el transporte hacia la frontera que les costó $ 350. Caminaron 2 kilómetros y llegaron a Hungría. Allí Alicia Ochoa, presidente de ecuatorianos en ese país junto al padre Andrés, los recibieron.

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Luego de tantos días lograron descansar y comer en un albergue en Budapest. “Al pasar la frontera sentimos un alivio tan grande y una alegría. Parece imposible, pero lo hicimos”, menciona.

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José ya está en Ecuador y al fin pudo abrazar a su familia. De a poco analizará su carrera universitaria con la esperanza de que la situación en Ucrania mejore.

Este es el mismo deseo que tiene Solange González, una estudiante de Medicina que vivía en Kiev hace un año y que logró pasar el 26 de febrero la frontera con Polonia.

Ella vivía cerca del aeropuerto en la capital. Escuchó los bombardeos, luego armó sus maletas junto a otros amigos y partieron hacia un búnker. Al siguiente día pidieron un taxi, que les cobró $ 25, cuando lo común es $ 4 hasta la estación de tren con dirección a Lviv.

Solange González junto a otros compatriotas. Foto: Cortesía Solange González.

Esperaban dormir en una residencia universitaria, pero estaba llena. Buscaron hoteles, y no les alcanzaba para pagarlo. Así que optaron por descansar en la estación del tren. Después pagaron el traslado cerca a la frontera que les cobró $ 400. Debían caminar hasta el paso fronterizo. Iniciaron a las 23:00 y llegaron a las 07:30, haciendo un solo descanso para alimentarse. Nunca durmieron.

Se toparon con un escenario de desesperación: extranjeros y locales luchaban por cruzar la frontera. Allí estaban 28 ecuatorianos y afortunadamente una ucraniana que hablaba español los ayudó a pasar.

Pero, en el paso hacia Polonia “la gente se alborotó y empezaron a subir la malla. Nos alejamos a esperar hasta que baje la tensión y en la noche intentamos cruzar”.

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En ese momento solo quedaba Solange y dos ecuatorianos. Ella se puso en la fila de mujeres y niños ucranianos y pasó ese filtro. Por un momento se sintió aliviada, pero luego la retuvieron. A través de varios contactos logró comunicarse con la Cancillería de Ecuador y la llevaron a un albergue de monjas en Przemysl.

“Cuando llegué tenía un cuarto compartido, baño, comida, ropa. Mi familia está más tranquila. Mi mamá estaba muy preocupada”, dice mientras su voz se quebraba.

Luego fue llevada a Varsovia con más ecuatorianos. Solange también ya está con su familia, pero afirma que su sueño está en Ucrania.

Espero volver con la esperanza de que todo se solucione en Ucrania y continuar con nuestros estudios. No veo otro plan, no veo otro país, tampoco pienso quedarme en Ecuador. Mi vida y mi sueño se quedan en Ucrania y debo volver hacia ellos”, señala.

En tanto, hay otro compatriota que hace unos días también cruzó la frontera con Polonia. Él vivía en Lviv y estudiaba ingeniería mecánica. Cuando se conoció de la invasión rusa optó por refugiarse en la residencia universitaria. Hubo varias ocasiones que permaneció en el búnker. Ante la desesperación decidió viajar hacia la frontera con Polonia.

Ecuatorianos en un albergue en Polonia. Foto: Cortesía.

Al llegar vio mucha desesperación. Dice que era imposible. Después decidió regresar a su departamento. No sabía qué más hacer.

Luego le informaron que el paso por Kravets era mejor y se aventuró. Hizo fila por 15 horas. Al pasar Polonia lo trasladaron a un albergue de monjas donde recibió alimento y un espacio para dormir en Przemysl. Se siente aliviado de haber salido de Ucrania.

No logró estar en el primer vuelo humanitario. Espera ver a su familia. (I)