Por Gabriel Fandiño, miembro de la Academia Nacional de Historia

Varias generaciones de ecuatorianos fueron inculcadas con la increíble historia del teniente Abdón Calderón en la batalla del Pichincha. Aquel episodio se inicia con el joven teniente de 17 años recibiendo un primer balazo en el brazo derecho (Abdón era diestro), obligándolo a tomar su espada con la izquierda para seguir en la contienda, aunque al poco tiempo también fue herido en su único brazo sano.

Un tercer balazo lo hirió en el muslo izquierdo. El joven no permitió que lo apartaran del combate.

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Una cuarta bala se alojó en la única extremidad sana que le quedaba: la pierna derecha (algunas versiones hablan de metrallas de cañón como las causantes de las lesiones). Con sus extremidades destrozadas, Abdón Calderón se desplomó y murió desangrado —según la versión más extendida— el mismo día del combate (24 de mayo de 1822).

El relato, verídico en cuanto a la cantidad de heridas pero exagerado en los detalles —la imagen de Abdón sosteniendo la bandera con los dientes es una broma originada en la cultura popular— y errado en datos clave, como la fecha de muerte, fue enseñado en las escuelas durante décadas. Tuvo su origen en el famoso libro Leyendas del tiempo heroico, del escritor Manuel de Jesús Calle (quien a su vez se basó en las memorias del coronel Manuel Antonio López, testigo presencial de la batalla del Pichincha). Calle deseaba que la valentía de Calderón sirviera de ejemplo perfecto de heroísmo, virtudes y civismo. En la época de su publicación (1905), el bando liberal al que estaba adscrito Calle proponía la regeneración del país a través de los ideales de la independencia.

Aquella fue la primera muerte de Calderón, literaria e hiperbólica, la cual cumplió con su objetivo

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pedagógico: fijar en la mente de los ecuatorianos una figura que reflejara el valor, el sacrificio supremo y el amor incondicional por la patria.

Pero la segunda versión de la muerte de Abdón Calderón, la verdadera y contrastada con documentos, ha tardado algún tiempo en imponerse al relato de Manuel de J. Calle.

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Décadas después de la publicación de Leyendas del tiempo heroico, el anticuario Lino Morán Saldana sacó a la luz un documento (examinado por los historiadores Víctor Hugo Arellano y Mariano Sánchez Bravo) que arrojó nuevos datos sobre la muerte del héroe. Era un certificado emitido en 1832, requerido por Manuela de Jesús de Garaycoa y Llaguno, viuda de Francisco García Calderón y madre de Abdón, para solicitar al presidente Juan José Flores el montepío por su marido e hijo fallecidos. En la parte medular del documento se especifica que Abdón Calderón falleció el 7 de junio de 1822 (catorce días después de lo que tradicionalmente se ha señalado) y que, al día siguiente de expirar en casa del Dr. José Félix Valdivieso, su cadáver fue sepultado en la iglesia del Convento Máximo de San Nicolás de Quito.

La fecha exacta de su deceso ya no está en duda, aunque la discusión histórica sobre la causa de muerte (gangrena por las heridas, disentería según otras versiones o una combinación de ambas) continúa.

Por datos consignados en una carta de Doña Manuela de Garaycoa, madre de Abdón, se sabe que la más peligrosa de sus heridas fue la que recibió en uno de los brazos. Del mismo texto se infiere también que la única forma de salvarlo era la amputación. Así lo mencionó la preocupada madre:”... Si él pierde el brazo, según me dicen, habrá perdido una crecida parte de su existencia y yo mi vida, pues su actual situación me renueva la memoria de cuanto por mí ha pasado en Quito”.

En el seno familiar de los Calderón, perseguir la gloria militar era la norma. En el caso de Abdón, sobrevivir a la amputación de una de sus extremidades le habría significado una incapacidad permanente que le impediría regresar a la vida castrense. El muchacho cargaba con una sombra gigante sobre sus hombros: la de su padre, el coronel Francisco Calderón, quien junto con Carlos Montúfar acaudilló alternadamente el ejército patriota luego de la revolución del 10 de agosto de 1809.

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El coronel Calderón ya formaba parte del panteón de héroes de la independencia, pues había sido fusilado por los realistas en 1812. El 7 de junio de 1822, Abdón dejó nuestro plano físico y pasó a la inmortalidad, reuniéndose con su padre y los demás mártires de la libertad, los cuales, desde la atalaya de la historia, aún vigilan atentos lo que la posteridad hace con su legado de sacrificio por la patria ecuatoriana. (I)