La Universidad Católica de Santiago de Guayaquil y la familia Barragán Medina realizarán un homenaje póstumo al doctor Gil Barragán Romero, jurista y académico reconocido como uno de los “más lúcidos exponentes del constitucionalismo ecuatoriano y un referente ético en la vida política y jurídica del país”.
El acto se llevará a cabo el próximo jueves 8 de mayo, a las 17:00, en el Aula Magna Monseñor César Antonio Mosquera Corral de la institución.
El jurista y político falleció en la madrugada del 6 de octubre del 2018 a sus 94 años. Estuvo internado en una casa de salud durante tres semanas a causa de una meningitis y una neumonía, según dijo su hija mayor, Diana Barragán.
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La ceremonia se iniciará con una misa de acción de gracias. Se espera la asistencia de autoridades académicas, exalumnos, juristas y figuras públicas en memoria de quien fuera un referente de integridad y compromiso social.
Barragán nació en Salcedo, Cotopaxi, y llegó a Guayaquil en 1941. Trabajó como taquígrafo y mecanógrafo. Estudió Jurisprudencia en la Universidad de Guayaquil.
Se desempeñó en cargos como presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales, ministro de Bienestar Social y del Trabajo, vicepresidente de la Cámara Nacional de Representantes y conjuez de la Corte Suprema de Justicia.
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Su papel fue determinante en varias comisiones de reforma constitucional, siendo recordado por defender el voto de los analfabetos en 1964 y por impulsar la “igualdad jurídica de los sexos” en 1983, considerada una de las más trascendentes de su época.
Durante los años 70, su nombre sonó como una posible figura presidencial, respaldado por amplios sectores ciudadanos que valoraban su honestidad y claridad de pensamiento, según recordaron sus familiares.
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En una de sus frases más citadas, expresó: “Un sistema que no logre solucionar los problemas del 75 % de la población ecuatoriana no merece ser defendido, ni siquiera llamado democracia”.
Enseñó en el Colegio Nacional Vicente Rocafuerte, la Universidad Católica y la Universidad de Guayaquil, donde dejó una huella profunda en generaciones de estudiantes. Su lema “El éxito de un alumno es la gloria de un maestro” resume su concepción de la enseñanza como una vocación transformadora.
“Fue un gran suscitador”, escribió uno de sus biógrafos, “era alguien cuya sola presencia generaba ideas, debates y conciencia”.
Sus allegados lo describen como un hombre de familia entrañable, un esposo leal, padre amoroso, hermano protector y abuelo que encantaba con cuentos, historia y humor.
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Expresaba un amor profundo por Guayaquil, ciudad que, como él mismo decía: “Mi corazón, mi gratitud y mi vida entera son guayaquileños”, expresando el lazo que lo unía a ella y que “marcó su vida”. (I)