Apenas arrancaba el curso pasado cuando el COVID-19 mandó a casi todos los alumnos de Sudamérica a casa. Con el fin del verano austral, las escuelas tratan de reabrir ahora sus puertas pese al recelo de padres y profesores.

Solo una semana después de comenzar, Argentina suspendió las clases presenciales del 2020. Era 15 de marzo y la pandemia atenazaba ya a gran parte del mundo en los primeros compases de una crisis mundial que en mayo llegaría a sacar a 1.200 millones de estudiantes de sus aulas, según datos de la Unesco. Más de 160 millones en América Latina y el Caribe.

Desde entonces, los alumnos argentinos siguieron clases virtuales que, en la gran mayoría, se enlazaron con las vacaciones del verano austral. Hasta la semana pasada, cuando algunas escuelas arrancaron un plan de regreso paulatino a las aulas que debe concluir el 8 de marzo.

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Pero, pese a las medidas de seguridad -que incluyen horarios rotativos y mantienen parte de la enseñanza virtual- el temor sigue presente en este país que cuenta ya 51.100 muertes por coronavirus y más de dos millones de contagios.

“La experiencia fue de una incertidumbre grande, y miedo. Pero la escuela es de aulas muy amplias, con mucha ventilación. Todos están con barbijo todo el tiempo”, contó a la AFP Carlos Nehme, padre de Olivia, de seis años, al recogerla de su primer día de clases en Buenos Aires.

Tampoco los docentes se sienten totalmente seguros para regresar, y sus sindicatos cuestionan la precariedad de medios para hacerlo.

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Como en Chile, donde el colegio de profesores ha pedido posponer el comienzo de las clases presenciales hasta el 15 de abril, con la campaña de vacunación masiva más avanzada.

La fecha de arranque se mantiene, sin embargo, para el 1 de marzo, cuando unos 9.000 colegios -1.600 de ellos privados- deben iniciar el año lectivo bajo un modelo híbrido de clases presenciales, de momento voluntarias, y virtuales.

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“Me parece imprudente porque los niños no van a poder evitar el contacto, los profesores no estarán 100 % pendientes. Las clases presenciales deberían empezar cuando todos estemos vacunados”, lamentó Laura Méndez, madre de un niño de siete años.

Los colegios chilenos deberán cumplir medidas preventivas como el uso obligatorio de mascarillas, lavado de manos, evitar concentraciones de más de 50 personas, desinfectar los salones y fijar horarios diferidos para entradas y salidas.

A estas se suma la compleja tarea paralela de vacunar a más de medio millón de profesores y funcionarios escolares, iniciada 15 días antes del arranque de las clases.

- Niños contentos, padres ansiosos -

Más ambicioso es el objetivo de Uruguay, donde el 1 marzo arranca el año lectivo con presencia obligatoria para los alumnos del sistema público, pese a los recelos de los sindicatos de maestros.

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Alabado por sus bajas tasas de contagio en la primera ola, el pequeño país sudamericano llegó a retomar las clases presenciales de forma voluntaria desde el pasado junio, aunque muchos padres siguieron optando por el modo virtual.

En una senda parecida se encuentra Colombia, donde el Ministerio de Educación calcula que hoy se dictan clases presenciales en un 60 % del país.

Este regreso paulatino, y que combina aulas físicas y virtuales para quienes lo deseen, arrancó en septiembre, pero tuvo que frenarse ante el aumento de contagios registrado en diciembre y enero en algunas zonas del país.

La reapertura se retrasó hasta el 15 de febrero en Bogotá y otras regiones como Cúcuta (noreste), donde Sandra Tristancho volvió a llevar a su hija de cuatro años a un jardín privado por primera vez desde la suspensión decretada el 15 de marzo de 2020.

“Ella estaba contenta (...), nosotros ansiosos”, relató a la AFP esta empleada bancaria de 36 años.

- Presencialidad o aislamiento -

La suspensión de las clases presenciales ha incidido también en la calidad de la enseñanza de un continente que ya experimentaba fuertes desigualdades.

“Mis hijos fueron aprobados porque no había mucha opción, pero el aprendizaje no tuvo la misma calidad que si estuviesen frecuentando la escuela”, relata Vania Ribeiro, una empleada doméstica con dos hijos adolescentes que estudian en una escuela estatal del interior de Rio de Janeiro.

Segundo país con más muertes por coronavirus, Brasil se ha visto duramente golpeado por una pandemia que cerró gran parte de sus escuelas durante casi un año. Tras el receso de verano, algunos centros comenzaron a abrir, como los colegios estatales de Sao Paulo -el estado más rico del país-, que retomaron las actividades presenciales con una capacidad de entre 35 % y 70 %, en sistema de rotación.

Las escuelas privadas, que concentran el 19 % de los estudiantes primarios y secundarios de Brasil, también están retomando sus actividades alternando clases presenciales opcionales y aulas remotas.

En Rio, sin embargo, apenas 38 centros de la red municipal fueron autorizados a recibir alumnos, por ser los únicos con las infraestructuras de higiene y espacio al día.

Mientras, en Ecuador, donde las clases presenciales llevan casi un año suspendidas para 4,1 millones de estudiantes, preocupa especialmente la situación de más de un millón de ellos, sin computadora ni acceso a internet en sus casas.

El mismo escenario con el internet se repite en Bolivia, por lo que, pese a las bajas temperaturas en el altiplano, niños de un poblado aymara volvieron a la escuela.

En Bolivia el Gobierno dispuso que en el presente año escolar (de febrero a diciembre) se hiciera a través de internet, radio o televisión para prevenir contagios, pero los padres de familia de Machacamarca optaron por enviar a sus hijos a la escuela por turnos, dos veces por semana.

Padres de familia de Machacamarca, en Bolivia, optaron por enviar a sus hijos a la escuela por turnos. Foto: AFP

En Perú tampoco tiene fecha marcada el regreso físico a las aulas. El país arrancará el próximo curso lectivo de forma virtual el 15 de marzo, a la espera de la evolución de la pandemia.

“Para nosotros no es fácil aceptar otro año así”, lamenta Serena Rangel, una comunicadora social de 36 años, con un hijo de cuatro.

“Necesitamos que haya un poco más de normalidad para que no se afecte más el desarrollo de mi hijo, porque nos preocupan muchísimo las consecuencias de estar entre los 3 y 4 años de edad en aislamiento social”. (I)