Manta, MANABÍ

Con apenas 13 años, Emily Ulloa López tiene una capacidad de lectura comprensiva de 500 palabras por minuto. Juliana, madre de la menor oriunda de Manta, provincia de Manabí, cuenta que la capacidad intelectual de la adolescente se evidenció cuando era muy pequeña.

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Incluso aquello, dice, ha llevado a los compañeros y conocidos de Emily a que la identifiquen como una niña genio, un calificativo con el que no se siente muy a gusto.

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La adolescente ha participado en varias exposiciones. Tiene experiencias de concursos a nivel internacional en los que se ha medido con profesionales de robótica y ciencias.

En los próximos días Emily ingresará a recibir materias en la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol), en Guayaquil, como un proceso de formación en ciencias de datos, profesión que ella espera seguir en una universidad del extranjero.

A los 6 años tuvo dos experiencias que la acercaron a ramas del conocimiento, como la programación, electrónica, sistemas y robótica, que complementa con el aprendizaje que adquirió con herramientas como las tarjetas Arduino y lenguaje de programación Scratch.

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Emily es la creadora de un robot, Dini-Robotini, a través del cual niños con autismo pueden expresar sus emociones.

PORTOVIEJO. En el 2019 presentó un aeroplano realizado en 3D y otros materiales como la madera de balsa. FOTO CORTESÍA FAMILIA ULLOA-LÓPEZ. Foto: Cortesía

Pero en este gusto por la robótica, tecnología e innovación, la adolescente también ha tenido ciertos aspectos que le han jugado en contra. Su madre recuerda que en alguna ocasión en primera instancia le negaron la posibilidad de entrar en un concurso de robótica por ser una niña entre participantes adultos y por haber creado un robot a su corta edad.

Juliana López, mamá de la adolescente, cuenta que ante esa negativa inicial tuvo que enviar correos para que la aceptaran, lo que en efecto se dio, pues Emily pudo demostrar su nivel de coeficiencia intelectual. A pesar de ello, recuerda, la obligaron a que participara junto con un adulto como responsable.

“Siempre ha habido esa parte de incredulidad, pero he demostrado una cosa, que cuando vean a una niña, ella demostrará toda su capacidad”, dice la adolescente con la misma certeza que muestra en las exposiciones de ciencias que ha tenido a nivel nacional e internacional.

La vida de Emily ha tenido ciertos contrastes, pues en el camino se ha encontrado con personas que, en principio, han puesto en tela de duda sus capacidades. En clases, ciertos docentes le llamaban la atención o le restaban puntos en alguna materia por no coger el lápiz “correctamente”, como el resto de sus compañeros.

Con ese escenario, sus familiares han tenido una lucha constante para que ella pueda adelantar niveles dado su coeficiente intelectual.

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El camino no ha sido fácil, refiere su madre. Y desde hace tres años Emily lucha contra una miopía degenerativa, por la cual sigue un tratamiento permanente al igual que contra dolencia que tuvo desde que nació.

Y es que Juliana López, madre de la menor, tuvo un embarazo (el único) muy difícil. Incluso Emily nació a los ocho meses y pese a que por su condición debía estar en una termocuna, los médicos detectaron que su cuerpo mostraba características poco convencionales para un neonato.

De hecho, sostiene Juliana, su hija a los pocos días de nacida se retiraba los guantes que le protegían las manos del frío.

Pero lo que más le preocupaba a la madre era el reflujo que la postró por sus primeros ocho meses en un portabebés. En esos instrumentos la cargaban dos o tres veces al día ya que era necesario evitar el descenso de sangre por nariz y boca.

Aquel problema fue detectado y tratado a tiempo por los galenos.

Así, con ese panorama, los padres de Emily tenían claro que lo primordial era su salud. En un viaje hacia el cantón El Carmen, cuando la niña iba con sus padres, sufrió un golpe; tras esa acción pronunció su primera expresión: “Ayayay”.

Sus familiares se quedaron sorprendidos, como también lo hicieron cuando a los 9 meses comenzó a caminar y ya a los 18 meses articulaba palabras. A los 3 años ella ya leía.

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“Luego de leer sobre los procesos en niños que desarrollan el intelecto de forma avanzada me di cuenta de que, sin querer, hice algunos procesos para ayudar al desarrollo intelectual de la niña, como estimular el vientre con lecturas hacia ella, escuchar música clásica, que luego vi que recomendaban en un canal internacional, pero sobre todo demostrarle mucho amor porque el cerebro de un niño se desarrolla en los primeros cinco años de su vida”, manifiesta Juliana.

La madre cree que aún falta que en el país se dé a conocer a padres que atravesaron las mismas inquietudes que ellos, al no tener referencias sobre cómo ayudar a niños con coeficiente intelectual elevado, y más aún poder darles esa oportunidad de avanzar y que no se estanquen por el modelo de estudios del país.

La adolescente aún no piensa en qué universidad estudiará, porque las condiciones las verá con el paso del tiempo y, sobre todo, su condición de salud por el tema de la miopía degenerativa.

Por lo pronto prepara una exposición para una universidad de Massachussets, luego de tener entrevistas con personal de Netflix y la NASA.

Emily dice que ella sigue siendo una niña, que se divierte jugando tenis, leyendo a más no poder, aprendiendo y ayudando, pero sobre todo una niña que demuestra al mundo que la edad no es impedimento y que ella es tan manabita como la sal prieta con patacones que degusta cuando los prepara su madre. (I)