Con tres máquinas de coser —hace más de 40 años— empezó un emprendimiento de confecciones escolares en el centro histórico de Quito.
Actualmente tienen 30 con las que fabrican calentadores, camisetas, pantalonetas, licras, mandiles, faldas, blusas.
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Guadalupe Tumipamba, costurera de profesión, quien ya falleció, fue quien inició el negocio. Su hija, Lorena Cruz, tomó la posta y es la propietaria de esa iniciativa familiar.
Contó que primero atendieron pedidos de colegios pequeños y después de particulares y municipales.
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Además, de acuerdo con la demanda de los clientes, empezaron a hacer más uniformes, sobre todo de instituciones educativas fiscales.
Un pequeño local en la calle Sucre, diagonal a una escuela municipal, fue en el que se comercializaban también mochilas, implementos deportivos que se vendían en el populoso sector de Ipiales. También enviaban mercadería a Huaquillas.
“Poco a poco la gente empezó a pasarse la voz y con las etiquetas ya nos empezó a conocer, empezamos a exhibir la mercadería también en la puerta del local”, dijo Cruz sobre como se ganaron la confianza del público.
En ese local estuvieron unos ocho años y luego se trasladaron a otro sitio en la plaza de Santo Domingo. Después consiguieron un nuevo lugar hasta que hubo un incendio, pero no hubo mayores inconvenientes, aunque tuvieron que trasladarse hacia la calle Guayaquil.
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Finalmente regresaron al local propio en el que atienden desde hace unos 30 años. Es un local amplio en el que destacan vitrinas que muestran a los compradores sus productos. En una gran estantería, perfectamente alineados, están los uniformes de infinidad de establecimientos.
El negocio de la confección de los uniformes pasó de 4 unidades educativas a cerca de 40.
Cruz sostuvo que como ya los conocen quienes eran estudiantes y ahora son padres de familia van a adquirir los uniformes o incluso abuelos acuden con sus nietos. Por ello considera que se ha convertido en una tradición familiar.
Refiere además que hay mucha competencia y se atribuyen ser parte de esa empresa, pero ella destaca que mantienen precios bajos, buena calidad y garantía.
Cuando se inició el negocio solo había dos personas que trabajaban en el pequeño taller, su madre y una ayudante, pero actualmente hay unas 20 personas que laboran en el lugar.
El producto que utilizan para la confección es de material local de buena calidad, cuya resistencia y comodidad la verifican mediante el uso previo que se hace en las que incluye lavar las prendas.
De presentarse alguna novedad puede haber reclamos a sus proveedores, por lo que no utilizan productos extranjeros, salvo los hilos.
Para las cerca de 40 unidades educativas a las que proveen elaboran unos 100 uniformes como mínimo, pero puede aumentar tomando en cuenta la demanda que se presente.
Esto, indicó Cruz, hace que mientras más producto se confeccione su valor sea más económico. La temporada fuerte de venta va de agosto hasta inicios del mes de septiembre que es cuando arranca el periodo lectivo. En enero se venden entre dos a tres uniformes diarios, pero en agosto se comercializan los 100.
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El negocio lleva el nombre de la Casa de los 1.000 Deportes. Esto, porque, antes era el único local deportivo en el que vendían rodilleras, tobilleras, fajas, vendas, pantalonetas.
Hay dos sucursales, una en el norte y otra en el valle de los Chillos para implementos deportivos, pero solo el del centro comercializa uniformes escolares, porque en ese sitio tienen una fábrica con alrededor de 30 máquinas de coser.
Compran la materia prima y de acuerdo con tallas estándar elaboran cada una. Prefirió no mencionar el precio promedio de sus uniformes. La principal competencia son locales pequeños, pero indicó que no llevan contabilidad o facturas o hay grupos que venden en camionetas en determinadas unidades educativas.
El centro de Quito también alberga una emprendimiento familiar que se ha transformado en uno de los principales proveedores de útiles escolares para estudiantes, así como para papelerías pequeñas. Se llama Librería y Papelería Popular.
Fue fundada en el año 1988 por el empresario Jorge Miguel Piedra y su esposa, María Isabel Trujillo. Su primer local se instaló en la calle García Moreno. En el año 2001 abrió su segunda sucursal en el sur de la ciudad, en el sector de La Magdalena.
Es una empresa familiar que se ha mantenido en el tiempo, durante más de 35 años.
Comercializan más de 18 marcas, asesoran a emprendedores. Son proveedores de librería y papelería, suministros de oficina, de bazar y otros artículos de temporada. (I)