Por Luis Pástor Herrera, CEO de Merco Ecuador
La reputación corporativa se ha convertido en un factor determinante para la sostenibilidad y el éxito de las organizaciones. Ya no se trata solo de ofrecer buenos productos o resultados financieros, sino de generar confianza en todos los públicos con los que una empresa se relaciona. Esa confianza se construye día a día, a partir de la coherencia entre el propósito, las acciones y los resultados.
Según MERCO, las empresas con mayor reputación son aquellas que logran equilibrar su desempeño económico con un comportamiento ético, responsable y transparente. La reputación no es un intangible abstracto: se traduce en beneficios concretos. Mejora la atracción de talento, aumenta la lealtad de los consumidores, facilita las relaciones con los reguladores y eleva la valoración de marca. En otras palabras, la reputación es un multiplicador de valor.
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Protegerla requiere una estrategia integral. Las compañías deben gestionar activamente los riesgos reputacionales, escuchar a sus grupos de interés y actuar con coherencia ante los desafíos sociales y ambientales. En un entorno donde la credibilidad se gana o se pierde en segundos, la reputación es un escudo y, a la vez, un impulso.
Descuidarla, en cambio, implica perder uno de los activos más difíciles de recuperar. Las empresas que no miden ni gestionan su reputación se exponen a crisis de confianza que pueden afectar su continuidad. En definitiva, la reputación corporativa no es un lujo comunicacional, sino un componente esencial del liderazgo y la competitividad empresarial.
Las compañías deben gestionar activamente los riesgos reputacionales, escuchar a sus grupos de interés y actuar con coherencia ante los desafíos sociales y ambientales.


