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Muerte al ombligocentrismo

La desinformación y el exceso de opiniones tercas enrarecen el ánimo social.

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Hay mucho sobre qué discrepar, diferir, discordar, disentir, disonar: elecciones, política, religión, restricciones, vacunas, urgencia climática o la temperatura del termostato. Pero debemos coincidir –de manera inflexible– que su opinión no es un hecho.

Porque su opinión es su opinión.

Y mi opinión –como la que comparto en este artículo– también es eso: mi idea o concepto.

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Pero los consumidores quieren hechos y acciones de las marcas que consumen.

Los electores quieren verdades y acciones de los políticos que eligen.

Usted quiere transparencia y coherencia en discursos y acciones.

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“El consumidor está harto. La desconfianza en el liderazgo es la norma. La parcialidad y la desinformación causan una crisis de confianza.”, dice Euromonitor Internacional en su Top Ten Global Consumer Trends 2021.

¿Es el fin del homo-dogmatĭcus?

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¿El fin de las marcas –comerciales, institucionales, ideológicas, políticas– ombligocentristas?

En la Modernidad Líquida (1999), Bauman planteaba que el dogmatismo había sido reemplazado por el relativismo. “Hoy la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas…”, escribió.

La sociedad está en constante cambio –verdad de Perogrullo–. Es una era de transitoriedad. A ritmo vertiginoso –y la paradoja es que es asincrónico y sincopado–.

Y está, mayormente, en contra de los políticos políticos (tautología necesarísima).

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Según Eduardo Reinoso, de Profits Consulting Group, entre un 35 % y 45% de ecuatorianos son políticos apolíticos. Apoyan causas, no candidatos ni marcas.

Se inspiran en la esperanza, no en el miedo.

Desconfían de los gobiernos y de los políticos tradicionales. Pero participan en política con una nueva mentalidad y tejiendo redes de opinión –en la nube–.

¿Otra paradoja?

Propongo una teoría: los consumidores esperan contenidos informativos de las marcas pero se reservan para sí las opiniones. Donde las acciones de las marcas –en favor de causas, por ejemplo– son parte del corpus informativo.

Para las marcas comerciales o políticas implica concienciar que los videos virales por sí son un error. Implica sacar la marca de la historia y reconocer que el spotlight es del consumidor. Implica entender las vulnerabilidades de los clientes, consumidores, y electores (como plantemos en PANDEMIALS con Nuno Acosta).

Punto de orden: informativo no significa aburrido o factual. Una emoción también comunica información.

Finalmente, la desinformación y el exceso de opiniones tercas enrarecen el ánimo social. Porque son las certezas las que coadyuvan a su “bienestar epistémico”.

Es el fin de las marcas ombligocentristas.

Es mi opinión ;-)

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