Una huelga de tres días para reclamar por sus derechos laborales y recuperar su empleo, tras ser despedida intempestivamente en los peores momentos de la pandemia, marcó la vida de Marcela Bucheli, quien el próximo 1 de junio se jubilará luego de cuarenta años de servicio en la Concentración Deportiva de Pichincha.

Llegó a Quito desde Latacunga en 1985, cuando apenas tenía 19 años. Vino a la capital para estudiar psicóloga. Pero terminó convirtiéndose en ingeniera comercial e integrante de uno de los sindicatos más tradicionales del país: la Confederación Ecuatoriana de Organizaciones Sindicales Libres (Ceosl).

A punto de cumplir 59 años de edad, Marcela cuenta que ingresó a la Concentración Deportiva el 1 de junio de 1985. Este lugar ha sido el único trabajo que ha tenido en toda su vida.

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Primero se desempeñó como secretaria del área de psicología y años después fue reubicada en la secretaría del área de mantenimiento. Se encarga de liquidar los recursos que destinan para el mantenimiento de todos los escenarios deportivos de la institución.

Con alegría dice que ser perseverante y constante ha sido el mayor aprendizaje que ha recibido en la vida, al estar rodeada de deportistas que han trascendido en la historia del país como la exatleta Liliana Chalá o el marchista olímpico Jefferson Pérez.

Sentada frente a su escrito, dentro de una amplia y vieja oficina ubicada en el sector de La Vicentina, en el centro de Quito, Marcela expresa convencida, sin titubeos, que los trabajadores no pueden quedarse impávidos ante atropellos o injusticias laborales.

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En el 1986 se convirtió en miembro del Comité de Empresa de los Trabajadores de la Concentración Deportiva, que es parte de la Ceosl.

“He estado cerca del Comité y lejos del Comité, pero siempre he estado ahí presente. Si en algo me he caracterizado es que he sido una mujer que dice lo que piensa, nunca me he quedado callada. He caído bien, he caído mal. No he sido una calienta sillas”, se describe a si misma.

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En marzo de 2020 la pandemia del COVID-19 paralizó al mundo y dejó consecuencias sociales y económicas devastadoras.

En Ecuador, decenas de trabajadores fueron despedidos intempestivamente bajo la figura de caso fortuito o fuerza mayor, contemplada en el artículo 169 del Código de Trabajo e interpretado en la Ley Humanitaria. Marcela Bucheli fue una de ellos.

En abril de ese año el entonces presidente de la Concentración, Jaime Ruiz, desvinculó a 56 trabajadores, incluida Marcela, amparándose en el artículo 169 del Código.

“Nos notificaron el 29 de abril. Para el 30 de abril nuestras actas de finiquito ya estaban en el Ministerio de Trabajo. En ese entonces yo tenía 35 años de servicios y me liquidaron con 720 dólares. Entonces nos unió esta ilegalidad, porque fue una vulneración terrible de nuestros derechos. En plena pandemia nos botaron”, recordó con enfado.

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La reacción del grupo no fue inmediata. Mayo transcurrió con dificultad y desesperación, mientras se organizaban para recuperar sus puestos de trabajo.

El 1 de junio finalmente plegaron a una huelga que duró tres días, a la que se sumaron también varios empleados que seguían en la institución. Otros, en cambio, trataron de boicotear la protesta, dijo Marcela.

“La huelga nos dio fuerza, ánimo de lucha, porque Ruiz vino a tratarnos como peones de hacienda. Hubo gente que bajó la cabeza. La huelga nos dignificó. A mi me dio fuerzas, hasta iras. Duró tres días la huelga, hasta el 3 de junio. Fue terrible porque venían los rompehuelgas a tomarnos fotos. Nos cambiaban los candados, teníamos que correr para buscar por dónde ingresar (a la Concentración). Unos estaban ”patojos”, otros caminando. Fue bien duro. El meternos acá, hasta en contra de otros compañeros fue algo bien fuerte. A mi me sacudió mentalmente", rememora.

Algunos huelguistas protestaban desde la sede central de la Concentración, otros lo hicieron desde el Estadio Olímpico Atahualpa.

Quito, 2 de junio del 2020. El Comité de Empresa de los Trabajadores de la Concentración Deportiva de Pichincha, en un comunicado, indicó que 56 trabajadores fueron desvinculados bajo causal de fuerza mayor.

La perseverancia del grupo pudo más. Acudieron al Ministerio de Trabajo. Realizaron todo tipo de gestiones. No podían darse por rendidos.

La huelga dio sus frutos y lograron reincorporarse a sus labores el 4 de junio.

Marcela admite que varias veces pensó que no lo lograrían. Su hermana y cuñado, ambos abogados, le habían aconsejado no insistir y conformarse con que por sus 35 años de servicio ya tenía derecho a la jubilación patronal. Eso no fue un aliciente para ella, porque su salida, según dice, no tuvo justificación: “era una injusticia”.

“Hay varios aspectos que vi en la huelga. No todos tenemos conciencia de lo que significa ser trabajador. Que no todos valoramos lo que tenemos. No hay esa dignidad, esa conciencia que debemos luchar por nuestros derechos, de hacernos valer como trabajadores. Nosotros podemos y somos capaces de trabajar y aportar para el crecimiento de las instituciones. Pero no todos piensan así”, reflexiona Bucheli.

En los tiempos actuales “el sindicalismo está menoscabado”, opina. Sin embargo, no considera que esto implique el fin de la organización de los trabajadores, sino que es un desafío y compromete a los sindicatos a renovarse constantemente para seguir vigentes. (I)