Corría el mes de junio de 1993 cuando Nina Gualinga nació. 27 años después, escribió una carta: “Hace casi dos años, después de años de maltrato, de haber sido amenazada con una escopeta en la cabeza, de haber sufrido una fractura en la espalda por una patada, con las rodillas todavía sangrando, agarré a mi hijo y decidí irme. No podía más”.

El 35% de las mujeres de todo el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de un compañero sentimental, estima un informe de ONU Mujeres de noviembre de 2019.

Me gustaba todo de la vida en la selva. De niña tenía mucha libertad para jugar, claro que tenía que contribuir con tareas en el hogar, pero, había mucho espacio para el juego. Recuerdo que jugábamos mucho con todos los niños, dice Nina con voz dulce recordando su niñez en Sarayaku, un pueblo Kichwa sembrado en la cuenca del río Bobonaza a cinco horas en canoa desde Puyo.

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Cuando tenía unos 8 años, vio la decisión que tomó su madre, su familia y su comunidad, de no aceptar el ingreso de las compañías petroleras a su territorio. Sintió esa amenaza en carne propia y reflexionó sobre qué va a pasar con su hogar, con los animales y el mundo que ella conocía y amaba.

A pesar de la fragilidad de sus ocho años, ese acontecimiento la empujó a la lucha y defensa de su tierra y de su selva, como el viento de agosto empuja una cometa hacia el cielo. Nina se empoderó tanto de su hábitat como el oso pardo lo hace de la miel al final de la primavera.

Mi papá es sueco y mi mamá Kichwa, dice. Siempre he aprendido valores y realidades muy diferentes de ambas partes. Pero, siempre han tenido en común el respeto por la tierra y por la vida, por los seres humanos, los animales y la naturaleza. Crecí con eso, cuenta Nina.

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Con 18 años, representó a los jóvenes de Sarayaku en la audiencia final ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en Costa Rica, en el triunfo histórico contra el gobierno de Ecuador por violar los derechos y territorio del Pueblo Originario Kichwa de Sarayaku para la extracción de petróleo.

Como la corriente del río que pasa por su pueblo, el Bobonaza, tiene el reto de bañar sus cuencas y la misión de llegar al Amazonas, ella también fue asumiendo sus propios retos. Un día, se unió a un hombre y la vida le dio un hijo. Pero, no todas las parejas alcanzan la felicidad.

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Siempre ha estado inmersa en la defensa de su tierra y de las comunidades de la Amazonía. Esa vitalidad y decisión se cristalizó en mayo de 2018 cuando recibió el Premio International President’s Youth Award de WWF, que reconoce los logros sobresalientes de jóvenes menores de 30 años que contribuyen significativamente a la conservación de la naturaleza.

Ella se muestra feliz con el premio, sin embargo, dice que le pertenece a la comunidad, que los procesos de lucha no son de una persona, sino de muchas. “No hago las cosas sola nunca, soy parte de un movimiento que está creciendo no solamente en Ecuador y Latinoamérica, sino en todo el mundo”, dice en el otro lado de la línea telefónica y en el otro lado del mundo. Nina estudia Derechos Humanos, en Suecia.

“Muchos conocerán mi lucha por el medioambiente, pero pocos saben de mi lucha personal. Y ya estoy cansada”.

“No soy un hombre que golpea a mujeres, te pego porque eres una niña malcriada”, decía mientras me pegaba”, escribe Nina en su carta.

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Según el documento de 2014: La violencia de género contra las mujeres en el Ecuador: Análisis de los resultados de la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres, 6 de cada 10 mujeres ecuatorianas de 15 o más años ha sufrido una o más agresiones físicas, psicológicas, sexuales o patrimoniales, por el hecho de ser mujeres.

“No fueron los golpes ni las veces que daba mi cabeza contra el carro, lo que más dolía, sino las mentiras, la humillación, los celos, la manipulación constante”, continúa la carta.

La forma de violencia más frecuente es la psicológica o emocional, pues el 53,9% de las mujeres reportan haber sufrido este tipo de violencia. En segundo lugar, se ubica la violencia física con el 38%, seguida por la violencia sexual que alcanza el 25,7% y, finalmente, la patrimonial con el 16,7%. Del total de mujeres que han sufrido algún tipo de violencia de género, el 76% señala como responsables de las agresiones a su pareja o expareja, señala el documento.

“Tuve mucho miedo, pero dolió más ver en quien me había convertido. Reconocer lo que viví. Ver los amigos que había perdido. Llegué a dudar de mi verdad. Aún es difícil de creer, pero las cicatrices, los exámenes médicos, la denuncia del 2015, quienes intentaron ayudarme, están allí para recordarme que sí pasó”, prosigue la carta.

La situación de violencia de Nina no es un tema reciente, sino de hace bastantes años. El 12 de marzo de 2015, Nina denuncia por primera vez la situación de violencia física ante la Unidad contra la violencia de la mujer y miembros del núcleo familiar de Pastaza, dice su abogada, Vianca Gavilánez.

Ahí, por primera vez le dieron medidas de protección, orden de alejamiento y boleta de auxilio, pero, ese proceso se archivó, porque la policía encargada no realizó las citaciones y notificaciones, porque a pesar de que se les entregó dirección exacta y números de teléfono del presunto agresor, pedían que la víctima los acompañe a realizar la diligencia. Eso es revictimizante y violento para las víctimas y sobrevivientes de violencia y entiendo que es una mala práctica del sistema de justicia, reflexiona su abogada.

“Preguntarán ¿cómo alguien como yo puede “permitir esto”? No tengo respuesta. Estoy sanando todavía. Lo que sé es que los monstruos no nacen, se hacen. Y si seguimos preguntado a las mujeres ¿por qué? en vez de cuestionar al que perpetúa violencia, seguiré siendo una cifra más”, reza la carta.

Ella no vio una salida en el sistema de justicia y continuó siendo víctima de agresión sistemáticamente. Hasta que el año pasado, presentó otra acción por violencia psicológica ante la Fiscalía de Pastaza. El 20 de enero de 2020, le entregaron nuevas medidas de protección, que incluye boleta de auxilio, orden de alejamiento y botón de pánico. El proceso es reservado y está en fase de investigación previa, relata la abogada.

“Intenté dejar esto atrás, pero él aún quiere controlarme con acusaciones falsas, amenazas, demandas, y utiliza a nuestro hijo y el sistema judicial para continuar su violencia y control sobre mí. Tengo boletas de auxilio y orden de alejamiento, pero el sistema judicial ecuatoriano no me ha dado garantías y me obliga a estar en contacto con él cada 2 semanas o cuando a él le da la gana. Esto ha empeorado durante la pandemia. Si antes el Estado no precauteló mi seguridad y vida, ahora me siento más expuesta. Tengo nuevas medidas de protección, pero no se han hecho efectivas y a pesar de las insistencias no tengo respuestas; cuando las tengo, son revictimizantes”, dice la carta.

Los casos de violencia de género denunciados previo a la pandemia COVID-19, han quedado represados, porque el 30 de abril se suspendió el trabajo referente a la violencia de género en la Fiscalía de Pastaza. Estamos haciendo las solicitudes e impulsos en materia fiscal para que se investigue, se sancione y se llegue, sobre todo, a una justicia en materia reparadora, explica la abogada.

“Hoy no puedo regresar a Ecuador a ver a mi familia, y me duele en el alma. Las mujeres tenemos derecho a una vida libre de violencia, sea que venga del Estado, los policías, la sociedad, nuestra familia, parejas o exparejas. Ya aguanté suficiente. No puedo seguir luchando por la tierra sin luchar por mí”, termina la carta.

—¿Qué avizora Nina en su futuro?

—Tengo muchas aspiraciones. Terminar mis estudios. Continuar luchando por la tierra, por los pueblos indígenas, por los derechos de las mujeres, de los niños. Son temas que vengo abordando desde hace mucho tiempo. Parte de mi trabajo es informar, socializar, generar opinión y para poder cambiar las cosas se necesita tener conciencia y para tener conciencia se necesita tener conocimiento. Estoy súper segura que quiero continuar trabajando en Ecuador, porque ahí tengo a mi familia, ahí está mi gente y, es ahí, donde falta mucho, mucho por construir y hacer, concluye Nina. (I)