Manuel Pillajo Mila, guayaquileño, de 58 años, heredó el arte y el oficio de José y Segundo, su abuelo y padre, respectivamente, ambos oriundos de Quito, quienes tallaban en madera y en piedra.

En 1945, su padre Segundo Pillajo Navas, junto con su esposa, salieron del barrio capitalino de Santa Clara y se trasladaron a bordo de un tren a Guayaquil, ciudad donde empezó a ejercer su oficio. “Aquí nacimos todos mis hermanos”, dice.

Manuel tiene su taller en las calles 6 de Marzo y Calicuchima. “Desde cuando tenía 7 años ayudaba a mi papá a ordenar las herramientas, barría el taller. Así, poco a poco, se fue metiendo la profesión y me fui de largo”, cuenta, rodeado por sus herramientas y piezas de madera que ha moldeado.

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Con cierta tristeza y nostalgia evoca que su padre murió en el 2016 cuando iba a cumplir 90 años.

Orgulloso relata que su abuelo y su progenitor primero transformaban la piedra. Eran canteros de oficio, pero cuando unos tíos le enseñaron a tallar la madera, optaron por ese material más dúctil. Artistas quiteños, entre ellos su abuelo y su padre, habían tallado imágenes religiosas por encargo de iglesias quiteñas, así como hermosas esculturas funerarias que, en su gran mayoría, fueron instaladas en el tradicional cementerio quiteño de San Diego.

El padre de Manuel, nacido en Quito, en el barrio de Santa Clara, se quedó a vivir en Guayaquil hasta el día de su muerte. Incluso fue enterrado en esta ciudad, a la altura de la puerta tres del Cementerio General.

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–¿No pidió que lo enterraran en Quito, su ciudad natal?–, indago y Manuel exclama: “¡No, él aquí!, como un guayaquileño más. Siempre estuvo aquí, ya no regresó más a la Sierra. Se acostumbró al calor. ¡Se hizo costeño!, ¡Juró la bandera!”, afirma entre risas.

Cuenta que son ocho hermanos. Uno de ellos, Raúl, estudió en Bellas Artes, además de aprender el oficio con su padre. Otro se especializó en la talla colonial, ya que su progenitor siempre trabajó bajo la estética de Luis XV. “Yo más hago animales y muy poco formas humanas”, sostiene.

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Años atrás, Manuel ganó un premio con un Cristo del Buen Pastor, tallado en bálsamo, madera que le gusta porque compacta. Dice que actualmente es difícil encontrar una madera ideal para tallar. En una época, especialmente en los años setenta, se hacía carbón utilizando ciertas maderas finas, que también eran empleadas como leña en las panaderías, eso antes del auge del gas.

Manuel comenta que familias que tenían bastante dinero le compraban muebles a su padre y estas les aseguraban a sus amistades que eran muebles traídos de Europa, especialmente de Italia y Francia. “A veces mi padre se enteraba por las empleadas o los choferes de esas familias. ¡Eran unos trabajos bien elegantes! (los que hacía su progenitor)”, recuerda.

Pillajo realiza trabajos con motivos religiosos, además de columnas, capiteles. “Ese atril que está ahí es para colocar la Biblia o para dar algún discurso o clases”, comenta sobre una de las obras que hace.

“Yo no vivo del aire, estoy dispuesto a dar talleres, voy y les enseño lo que sé”, agrega Manuel, cuya vida y oficio están tallados en madera.

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Estoy dispuesto a dar talleres (a nuevas generaciones), voy y les enseño lo que sé. De mi familia nadie quiere seguir la tradición. Quisiera que este arte (tallado) no se pierda. Lo primero que enseñaría es lo básico, como decía mi papá: hacer rayas y palos ”Manuel Pillajo, tallador de madera

(I)