Al principio, por el 2002, el tema del chocolate no estaba en la mente de Santiago Peralta, un empresario cuencano. Todo empezó con el cacao orgánico, la pasta con maquinaria adaptada.

La alerta de fabricar chocolates en el país llegó del exterior cuando, en 2006, una empresa europea ganó el premio al mejor producto orgánico de ese continente. Pacari era la proveedora de la materia prima. Entonces en 2007 surge la marca.

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Fue un camino cuesta arriba. Que el cacao fino de aroma del país estaba extinto y que el de Venezuela se vendía al doble del precio de la pepa nacional conllevaron a mejorar los procesos. “En 2012 empezamos a ganar el premio del mejor chocolate del mundo hasta este último año. Que el actual campeón del mundo sea un chocolate con cedrón debería alegrar a quienes tomamos infusiones de cedrón”.

El negocio despegó primero en el exterior y recién apareció en el mercado local hace seis años. “Hoy tenemos el 70% de la venta del chocolate oscuro”, indica Peralta. El valor agregado fue más allá al explotar los sabores andinos como la uvilla y el mortiño.

La falta de acceso a tecnología y financiamiento son trabas, pero lo principal son los prejuicios que anticipaban una derrota: “El primer contenedor que enviamos contenía piñas y al llegar el chocolate tenía sabor a esa fruta. Aprendimos de eso”.

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En otra ocasión, un cliente se quejó del precio. Pedía una rebaja. Finalmente compró cien kilos y al término de ese año siguió comprando. “Hay que apostar por la calidad, porque si queremos pelear por volumen o por precios bajos no es el país donde es posible. Hay seguridad social obligatoria, salario mínimo en dólares, repartición del 15% de utilidad con los empleados”. Sustentar el alto precio con calidad, pensando en nichos del mercado como los 50 millones de ricos chinos es la ruta, dice Peralta.

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Una dificultad, agrega, está en la cultura: “La virtud de la humildad comienza a degenerar en que no valemos para nada. Falta un poco más de orgullo. La gente que arriesga y persevera cruza el río”. (I)