El prototipo de un exoesqueleto desarrollado con una impresora en 3D es el punto de partida de un proyecto de la Facultad de Ingeniería en Mecánica y Ciencias de la Producción de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (Espol). La idea es crear una herramienta tecnológica adaptada a la necesidad de movilidad de los niños de 7 a 12 años que tienen problemas de parálisis en las extremidades inferiores, desde la cadera hacia abajo, indica William Cobeña, uno de sus creadores junto con Jorge Begué, Marianela Peñafiel y Álex Santos.

Los cuatro se graduaron de ingenieros mecánicos, por lo que dieron la posta a quienes vienen en los cursos inferiores. Entre ellos está Eduardo Alcívar, de 22 años de edad y encargado de darle movimiento al exoesqueleto. Trabaja en ello desde octubre pasado. “El reto es hacer que se mueva con una carga que simule una pierna con cierto peso, que sepa identificar qué tanta fuerza debe darle al objeto para que se mueva y replique un movimiento como dar un paso o sentarse. Esto con una serie de cálculos. Es la parte de programación”, afirma Alcívar.

La capacidad de observación ha sido clave en este proyecto en desarrollo. Identificar un problema y encontrar las soluciones. Es un camino con dificultades, dice Alcívar. Una de ellas es la falta de ciertos dispositivos que son difíciles de encontrar en el país. “Normalmente acá se utilizan los potenciómetros para medir qué tanto gira alguna de las extremidades, entonces encontré un decodificador en línea que permite cumplir esa función de una manera más efectiva y exacta, por lo que debemos adquirirlo”, asegura.

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Francis Loayza es uno de los tutores del proyecto como profesor de la Espol. Cuenta que el prototipo está fabricado en plástico. Y que se lo hará en metal cuando se tenga una versión más definitiva. “Falta desarrollar los algoritmos de control, el modelado matemático”, dice.

El proyecto surgió de conversaciones con médicos cirujanos que comentaban la necesidad del uso de este tipo de herramientas para menores de edad con problemas de discapacidad física en las extremidades inferiores.

Cobeña asevera que lo más difícil para él fue trabajar con la impresión en 3D. Había que adaptar ciertos componentes y cambiar sus dimensiones en el proceso para que cada pieza quede adaptada de forma exacta. Uno de los integrantes del proyecto adquirió una impresora 3D en EE.UU. y la trajo, lo que abarató el costo, afirma Cobeña. Es una muestra del rezago, porque en Ecuador estos dispositivos son caros.

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“En las impresoras 3D si no se ajusta una pieza, uno la puede modificar en el software y en cuestión de tres a cuatro horas, según el tamaño de la pieza, se puede obtener una nueva y sustituir la que falló”, afirma.

Determinamos que hay pocos dispositivos en el mercado que ayuden a los niños con discapacidad”.William Cobeña, Ingeniero mecánico

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