Personificó la decadencia y el colapso del Antiguo Régimen en el escenario de la Revolución francesa (1789-1799) que la convirtió en víctima propiciatoria del nuevo orden que estremeció a Europa y al mundo, al final del siglo XVIII. Acusada de espía, conspiradora extranjera y derrochadora contumaz -la apodaban Madame déficit- fue conducida al cadalso de la guillotina al inicio del periodo del Terror donde serían decapitados entre 35 y 40 mil partidarios de la monarquía, enemigos reales o supuestos de la naciente República, entre el otoño de 1793 y el verano de 1794.

María Antonieta (Austria, 1755-1793, Francia), princesa de la casa austriaca de los Habsburgo, fue casada por un pacto dinástico con el delfín Borbón, heredero de la corona de Francia, que posteriormente se convertiría en Luis XVI, con 15 y 16 años, respectivamente. Cuando pasados cuatro años falleció Luis XV, abuelo del sucesor, que dijo proféticamente: “Después de mí, el diluvio”, la pareja se arrodilló exclamando: “Dios mío, guíanos y protégenos; somos muy jóvenes, demasiado jóvenes para reinar”.

Ella era una mujer hermosa, de buen porte y esbeltas formas, con cabello rubio casi cenizo, de piel blanca nívea y ojos azules, famosa por su grácil movimiento que le hacía parecer una pluma. En contraste, él era poco atractivo, grande, rollizo y bonachón, cuyos principales goces eran la buena comida y el plácido dormir.

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El disparejo matrimonio tuvo que afrontar un obstáculo mayor toda vez que no se consumaría sino al cabo de siete años, debido a un problema que tenía el rey en su prepucio, que le ocasionaba dolores a la hora de cumplir sus deberes conyugales, siendo renuente a someterse a una simple operación quirúrgica. La falta de una oportuna procreación generó incertidumbre sobre la sucesión monárquica, al tiempo que se convirtió en comidilla de las cortes europeas que atribuyeron el hecho a la impotencia del rey.

Este evento fortuito convirtió a Luis XVI en un hombre cada vez más retraído, tímido e inseguro, que por complejo de culpa quedaría rendido a los banales caprichos de su mujer que ejercería una poderosa influencia sobre él. María Antonieta, por su lado, que era de talante despreocupado y ligero, que jamás se ocupaba de leer un libro, compensó su falta de maternidad con la formación de una corte paralela en el Palacio de Versalles, distinta a aquella de ministros y nobles que pululaban en la gigantesca sede gubernamental, sometida a pomposos y obsoletos ceremoniales heredados de Luis XIV.

Para evitar las miradas indiscretas se trasladó a un viejo pabellón de caza cercano, transformándolo en el Trianon, un petit chateau donde se divertía a gusto con sus cortesanos que la seguían como acólitos a la espera de obtener el favor de un cargo o una pensión real. Lo cierto es que el matrimonio hacía vida a parte con los relojes cambiados; mientras el uno vivía de día, la otra vivía de noche dedicada a obras de teatro, donde acostumbraba a actuar, bailes de máscaras y juegos de azar.

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Dentro de sus frivolidades, impondría la moda del Rococó con vestidos escotados de miriñaque (armazón circular de tela rígida) y frufrú (onomatopeya del roce de la falda con el piso), a más de estrafalarios peinados de moño que medían hasta 90 cm. Para que la reina pueda entrar al palco real de la Ópera de París resultó preciso abovedar su dintel. Esta conducta despreocupada y escandalosa tendría su pausa con la sucesiva maternidad de cuatro hijos, dos de los cuales sobrevivirían la infancia, incluido el joven delfín que brindaría la renovada esperanza de un sucesor a la corona.

María Antonieta con sus hijos. Foto: Wikipedia.

Luego sobrevino el affaire del collar de diamantes donde una estafadora madame De la Motte, haciéndose pasar como parte de la jorga del Trianon, engañó al cardenal Rohan, primado de la corte, para que le compre la joya que costaba una fortuna a fin de recuperar el favor de la reina. Cuando se descubrió el entramado rocambolesco, nadie salió peor librado que María Antonieta que, si bien era inocente, lo había propiciado por su desmedida afición a las alhajas.

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Al tiempo una serie de factores adversos convergieron para desencadenar la vorágine revolucionaria: una mala cosecha de primavera debido a un riguroso invierno que originó hambre y aumento de precios de los alimentos; impuestos excesivos para soportar un creciente gasto público, impulsado por la participación francesa en la guerra anglo-americana; y la influencia del pensamiento de la Ilustración del siglo XVIII que cuestionaba el absolutismo monárquico, de presunto origen divino, reconociendo exclusivamente el precepto de la soberanía popular.

Para aliviar la presión, Luis XVI convocó a los Estados Generales que reunió a los tres estamentos: la Iglesia, la nobleza, así como la burguesía y el estado llano. Dificultades en el acuerdo sobre la forma de votación condujo al Juramento del Juego de la Pelota en un apartado de Versalles, donde estos últimos se comprometieron a no separarse jamás hasta dotar a Francia de una nueva Constitución. Ante el rumor de que serían reprimidos por fuerzas leales al reino, el 14 de julio de 1789, el pueblo levantado en armas se tomó la fortaleza de la Bastilla, en París, un presidio que era símbolo de la discrecionalidad del repudiado régimen del altar y la corona.

Retrato de Luis XVI por Callet, Museo del Prado, Madrid. Foto: Wikipedia.

Una turba compuesta principalmente de mujeres asaltó Versalles masacrando a la guardia suiza, obligando a que los reyes se trasladen al palacio parisino de las Tullerías, convirtiéndose en rehenes del emergente y a la vez anárquico poder popular. Consciente de que su familia estaba en peligro de muerte, María Antonieta se transformó en otra persona muy distinta a quien había sido. Empezó a leer todo lo que era necesario y a dictar infinidad de cartas a sus potenciales aliados tanto en Francia como en el exterior, a fin de evitar la debacle del régimen. Forzada por las circunstancias asumió el protagonismo que no podía desempeñar su apacible y conformista marido. Cuando las cosas empeoraron organizó un escape que fracasó en el poblado fronterizo de Varennes debido a que un guardia revolucionario advirtió un aire entre el jefe de familia y la efigie del rey que aparecía en el anverso de una moneda. La infeliz circunstancia convertiría a los prófugos en virtuales prisioneros.

Aunque por respeto a una tradición milenaria, la primera Carta Política acogió el modelo de una monarquía constitucional, con un poder simbólico de Luis XVI, pronto la deriva radical de la Asamblea decidió abolirla proclamando la República. Convertida en un personaje incómodo, María Antonieta sería guillotinada ocho meses después que su esposo, al cabo de un juicio amañado donde se la llegó a acusar vilmente de mantener prácticas incestuosas con su hijo de siete años. Enfrentó con altivez y dignidad a sus acusadores a sabiendas que su causa estaba perdida, al fracasar la invasión a Francia por parte de los ejércitos de Austria y Prusia.

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Fue sepultada en una fosa común con su cabeza entre las piernas, habiendo tenido el postrer privilegio de ser rociada con cal, prevención que permitió, años después, la recuperación del cuerpo para enterrarlo con el homenaje que merecía por su majestuosa compostura al perder a los 37 años, junto con la corona, la propia vida.