La magia que se produce al encontrarse frente a frente con grandes autores regresa desde este miércoles 8 de septiembre al Centro de Convenciones de Guayaquil con la inauguración de una nueva edición de la Feria del Libro. A diferencia del año pasado, que se organizó exclusivamente en un formato virtual, en esta ocasión se combina con la presencialidad.

“Conocer a los escritores de manera directa opera como un dispositivo más de incitación a la lectura”, explica Cecilia Ansaldo, presidenta del Comité de Contenido de la feria. “Ya sea autores de libros que hemos leído o por leer, corporiza y da voz a un ser humano concreto, permite atisbar una personalidad que nos produce sentimientos especiales”.

La uruguaya Fernanda Trías, quien reside en Bogotá (Colombia) desde hace seis años, es una de las escritoras que estarán presentes, con un coloquio que tendrá lugar en la feria el miércoles 8 desde las 20:00. Su última novela, Mugre rosa, sorprende por las similitudes con la pandemia mundial.

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“Con Mugre rosa ratifiqué algo que sabía desde hace mucho tiempo: que la literatura funciona también como antena del tiempo”, sostiene Ansaldo. “La autora imaginó una sociedad confinada y amenazada por un desquiciamiento de la naturaleza. Ella misma está sorprendida de cuánto coincidió con los hechos que se presentaron después de que entregó a la imprenta su novela. Y que basta crear y sugerir señales y síntomas para que el lector complete con su imaginación todo lo que se calla. Esto lo consiguen solamente las buenas obras”.

La Revista conversó con Trías días antes de su llegada para profundizar en su obra.

Mucho antes de que se declarara la pandemia del COVID-19, aunque sí se publicó el año de la crisis sanitaria, ¿de dónde vino y cómo se alimentó esa imagen de un virus que golpea fuerte al mundo?

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En general, mi escritura siempre tiene como punto de partida ciertas imágenes que me llegan de un material inconsciente (prefiero no intentar dilucidar mucho ese misterio), de sueños o de pesadillas. Durante muchos años, yo tuve una pesadilla recurrente en la que siempre se producía una catástrofe, que podía ser una explosión nuclear o algo distinto, y que traía una “contaminación”. Con el paso del tiempo se le fueron sumando otras imágenes: la niebla constante, el viento tóxico, el Río de la Plata contaminado por algas; y me interesó pensar cómo se modificaría la geografía de la ciudad si el centro afectivo, que es el río (al que los uruguayos llaman “mar”), se viera afectado. ¿Cómo se modificarían las vidas y, también, nuestra identidad? Ese era el contexto, aunque por supuesto lo que me interesaba era pensar los vínculos afectivos de la protagonista en ese contexto de crisis ambiental y climática.

La cuarentena de la protagonista le permite reflexionar en sus propios conflictos y emociones. ¿Qué ocurrió contigo, la autora, durante el aislamiento de la vida real? ¿Qué ideas te visitaron esos días?

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Estuve en Bogotá, donde vivo hace seis años. Me refugié en la escritura y la lectura, como hicimos muchos. Ya había entregado Mugre rosa antes de que estallara la pandemia, y me puse a retomar ideas que tenía en barbecho, explorar otros tonos y otros textos. Estuve escribiendo cuentos, que siempre me descansan del agotamiento que es escribir un texto de más largo aliento.

¿Qué otras problemáticas quisiste abordar en esta novela?

En todo momento el foco de mi atención fue la protagonista y el niño con síndrome de Prader-Willi. Ese nuevo afecto que irrumpe en su vida para modificarla, al mismo tiempo que los lazos más tradicionales, con su exmarido, con su madre, se quiebran. Eso, sumado a la presión que ejerce el contexto crítico de la ciudad, impulsa a la protagonista a replantearse todo, su vida entera, y a pensar cómo reconstruirse desde las ruinas de su pasado. No sé si las ideas políticas son motivos valiosos para una novela; tal vez para otros escritores lo sean y a ellos les funcione muy bien. En mi caso, yo no puedo escribir a partir de una idea o una convicción; necesito que me involucre entera, desde lo afectivo y desde lo complicado de las emociones y las relaciones: el mundo me duele, eso es un hecho, y nada de lo que pasa en él me es ajeno. ¿De qué maneras te sigue inspirando tu país y, por supuesto, Montevideo?

Es algo en lo que no pienso, porque es inevitable que todo lo que soy, incluidos mi país, mi infancia, mi ciudad y mi pasado, se cuele en la escritura sin necesidad de que intervenga la voluntad. Prefiero que todo se mezcle en un gran caldero (mis orígenes y mi presente, las otras ciudades en las que viví y que dejé) y que de ahí salga algo, que es la síntesis de muchas cosas.

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¿Qué autores has descubierto recientemente?

Tengo amores actuales, como Pablo Palacio, Jaime Sáenz, Marosa di Giorgio, Silvina Ocampo, Juan José Saer, a los que vuelvo una y otra vez; pero también contemporáneos, como Mónica Ojeda, Giuseppe Caputo, Margo Glantz, Emiliano Monge, Giovanna Rivero. De todos destaco que no se parecen a nadie más.

Caminos digitales

Esta edición de la feria se enlaza también con las nuevas maneras en que lo jóvenes y nuevos lectores se aproximan a la literatura, entre ellos, los llamados booktubers y bookstagrammers. “Estoy maravillada con los jóvenes que crean contenidos para las redes. Si bien existe el riesgo de la novelería, identifico en el grupo mi propia pasión por la literatura”, resalta Ansaldo. “A ellos les ha tocado un tiempo de otra clase de formatos y nexos, pero allí están: conocen autores nuevos, se reúnen virtualmente, abren círculos enormes para compartir sus criterios, también participan de la búsqueda del libro impreso. Son lectores y están llenos de ideas, por eso buscan el mismo fin: leer”.