El diagnóstico tardío de la esclerosis múltiple (EM), una enfermedad crónica que afecta al sistema nervioso central, sigue siendo uno de los principales factores que contribuyen al deterioro de la calidad de vida de los pacientes, lo que la convierte en un gran desafío para los sistemas de salud de Ecuador y América Latina.

Según la Federación Internacional de Esclerosis Múltiple (MSIF), aproximadamente el 60 % de las personas diagnosticadas desarrollan algún grado de discapacidad en los primeros diez años, debido a la demora en su detección.

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La EM se manifiesta con una amplia gama de síntomas —desde problemas visuales y motores hasta alteraciones cognitivas y emocionales— lo que complica su identificación temprana.

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Un desafío para el sistema de salud en Ecuador

Oana Matei, gerenta general de Roche Ecuador —una compañía suiza dedicada a desarrollar soluciones médicas innovadoras—, asegura que, si bien en Ecuador los neurólogos han demostrado significativos avances en la detección temprana de la EM, esta complejidad sigue representando un verdadero reto para el sistema de salud ecuatoriano, debido a la falta de neurólogos especializados y la limitada infraestructura diagnóstica, que dificultan aún más la detección oportuna.

En Ecuador, aunque la incidencia es menor comparada con países de Europa o Norteamérica, los casos han ido en aumento, especialmente en ciudades como Quito, Guayaquil y Cuenca. Un estudio realizado en esta última ciudad evidenció un incremento de prevalencia de 0,75 a 3,88 casos por cada 100.000 habitantes en una década.

El camino hacia un diagnóstico preciso sigue siendo largo. En promedio, puede pasar más de un año entre los primeros síntomas y la confirmación del diagnóstico. Este retraso puede comprometer gravemente el pronóstico del paciente, ya que iniciar el tratamiento en etapas iniciales es clave para frenar la progresión de la enfermedad.

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Avances a nivel global

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de 2,8 millones de personas viven con EM en el mundo, siendo esta la principal causa de discapacidad no traumática en adultos jóvenes.

Sin embargo, en los últimos diez años, se han producido avances importantes a nivel global. La introducción de biomarcadores, el uso extendido de resonancia magnética y la adopción de criterios de diagnóstico más precisos han permitido una evaluación más temprana de la enfermedad.

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A ello se suman nuevas alternativas terapéuticas, orientadas a controlar el avance del padecimiento sin comprometer la seguridad del paciente.

La implementación de protocolos clínicos estandarizados y el fortalecimiento de redes especializadas están contribuyendo a obtener mejores resultados clínicos y una mejora sostenida en la calidad de vida de los pacientes. (I)