Cuando se habla de infidelidad casi siempre la conversación gira alrededor de la persona engañada: el dolor, la ruptura de confianza y las secuelas emocionales. Sin embargo, pocas veces se aborda lo que ocurre del otro lado. ¿Qué siente quien engaña? ¿Cómo maneja la culpa? ¿Qué decisiones enfrenta tras haber cometido la falta?
En diálogo con las psicólogas Olga Martínez y Priscila Miranda Samaniego, nos adentramos en la vivencia del infiel, un territorio lleno de contradicciones, dudas y aprendizajes posibles.
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Para Priscila Miranda Samaniego, la infidelidad no siempre es consecuencia de una relación en crisis. “En muchos casos el origen está en la historia personal: inseguridades, baja autoestima, dificultad para comprometerse o miedo a la monotonía. Es decir, la persona puede tener una relación funcional y aun así ser infiel, porque el conflicto principal está dentro de sí misma”, explica.
Ese conflicto interno genera un vaivén emocional difícil de sostener. Quien es infiel suele oscilar entre el placer de lo prohibido y la carga moral que arrastra. “La experiencia de infidelidad activa dos polos opuestos: por un lado, el disfrute del deseo, la adrenalina y lo prohibido; por otro, la culpa al romper la confianza y los propios valores. Esta ambivalencia confunde y desgasta”, añade Priscila.
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La psicóloga Olga Martínez coincide en que la culpa juega un papel determinante. “En muchos casos la culpa aviva el vínculo, los vuelve a conectar. El riesgo es que la dinámica se quede instalada en la culpa como manera recurrente de relacionarse y allí la pareja se pierde porque uno queda sometido al otro”, señala.
Para ella, más que castigar, la infidelidad envía un mensaje que la pareja debe decidir cómo interpretar: “En algunos casos se juntan más, en otros sí se rompe. Depende de cómo se maneje ese mensaje y del contexto que rodea a los dos”.
Uno de esos factores es el juicio social. Olga advierte que la presión externa puede ser decisiva: “Si hay mucho señalamiento hacia la persona que cometió la infidelidad, lo más probable es que la relación se arruine. La pareja queda dispareja, con uno en el papel de víctima y el otro en el de acusado, y ese desnivel nunca suma”.
Frente a ese panorama, ¿qué pasos debería dar quien fue infiel? Priscila recomienda primero detenerse y asumir lo ocurrido: “El primer paso es reconocer lo que pasó sin excusas. Después, analizar qué motivó la infidelidad: ¿fue un vacío personal, una crisis de pareja, un impulso? Solo con esa claridad es posible decidir si reconstruir la relación original o cerrar el ciclo”.
En muchos casos surge la duda de si vale la pena empezar algo formal con la tercera persona. Olga responde que es posible, pero mucho más complejo: “El tránsito de relación informal a formal requiere de otros valores y de mucha intención. Es más fácil construir de cero que reconstruir sobre algo que ya nació en medio de una traición”.
Priscila agrega que esas relaciones suelen partir de una base frágil: “Una relación iniciada desde la infidelidad arranca con mucha inseguridad, porque siempre está presente el miedo de que se repita lo mismo. Generalmente, lo que mal empieza, mal termina”.
Otro aspecto delicado es el impacto en los hijos y la familia. Para Olga, ese tema debe manejarse con cuidado: “La infidelidad no es un asunto de hijos, es un asunto de pareja. Mientras no se resuelva, lo mejor es mantenerlos al margen de esa tensión”.
Más allá de la decisión sobre con quién quedarse, la tarea pendiente es reconstruirse. Olga insiste en que no sirve mantener la lógica de victimario y víctima: “Si se quiere avanzar, la idea de que uno es el villano y el otro la víctima hunde más. La pareja necesita leerse en positivo para poder seguir. Nadie quiere quedarse con el malo de la película”.
Priscila coincide en que el aprendizaje es clave para no repetir el patrón. “Si comprendes la verdadera razón de tu infidelidad, encontrarás la respuesta sobre qué camino seguir. La autocrítica y, en muchos casos, el acompañamiento terapéutico son la ruta para aprender y decidir con honestidad”, concluye.
Al final, ser infiel no solo implica el riesgo de perder a la pareja estable, sino también de enfrentarse a uno mismo. Comprender las motivaciones, reconocer la culpa y asumir las consecuencias son pasos inevitables para decidir hacia dónde caminar después de haber cruzado ese límite. (E)