Hablar de infidelidad es hablar de uno de los temas más incómodos en la vida de pareja. Para algunos se reduce a un encuentro físico, para otros basta un mensaje secreto para sentir la traición. La definición cambia según las personas, pero el dolor que deja suele ser profundo.
Para comprender mejor este fenómeno conversamos con dos especialistas: Gabriela Caiza, psicóloga clínica, máster en Terapias Conductuales Contextuales e Intervención Psicosocial, con experiencia en violencia, género y derechos humanos; y Dorothee von Stösser, psicóloga alemana radicada en Ecuador hace más de 15 años, con trayectoria en acompañamiento a parejas y familias. Sus miradas ayudan a desarmar prejuicios y a entender qué ocurre detrás de una ruptura de confianza.
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¿Quién es más propenso a la infidelidad?
Von Stösser aclara de entrada que no existen pruebas concluyentes de que hombres o mujeres sean, por naturaleza, más infieles. “Se suele decir que el hombre, por producir más testosterona, experimenta mayor deseo sexual, pero en relaciones largas esa hipótesis ha sido descartada”, señala. Para ella, lo que influye son más bien factores culturales: al hombre se le perdona con mayor facilidad una infidelidad, mientras que la mujer sigue siendo juzgada con dureza. “Esto lleva a que muchas personas crean que es responsabilidad de la mujer evitar que su pareja sea infiel, complaciéndolo o controlándolo”, añade.
Caiza, por su parte, observa en consulta que los motivos tienden a diferir: en los hombres suele predominar la búsqueda de novedad sexual o la validación de su atractivo; en las mujeres, la necesidad de conexión emocional. Aun así, advierte que no se trata de reglas absolutas: “También hay mujeres que buscan aventura y placer, y hombres que se involucran por cariño o compañía. La diferencia está marcada por la socialización y lo que cada género aprendió a esperar de la relación”.
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Motivaciones y diferencias entre géneros
Para Caiza, detrás de casi toda infidelidad hay una historia que no se compartió dentro de la pareja. “Tras la llegada de los hijos, por ejemplo, muchas veces se resiente la intimidad y aparece un distanciamiento que abre la puerta a buscar compañía fuera”. Von Stösser coincide: “Tanto hombres como mujeres me han contado que se trató de un escape de la rutina o la presión social. En mujeres, aparece además como un acto de liberación frente al rol de cuidadora. En una relación externa vuelven a sentirse deseadas como mujeres, no solo como madres”, explica.
Ambas coinciden en que las redes sociales y las aplicaciones de citas han facilitado estos encuentros, eliminando barreras y permitiendo conexiones rápidas que pueden derivar en vínculos emocionales.
El duelo y las secuelas
Caiza describe la infidelidad como un duelo vivo: “No muere la persona, pero sí la relación tal como se conocía”. En los hombres suele expresarse en enojo o retraimiento, porque socialmente no se les permite mostrarse vulnerables. En las mujeres, con mayor frecuencia, en tristeza, ansiedad y autoevaluación: ¿qué me faltó?. Von Stösser también encuentra un patrón de género en la expresión de la culpa.
En los hombres tiende a mostrarse mediante la negación o la justificación, aunque en el fondo aparezca pena. En las mujeres, en cambio, la culpa se expresa de manera más explícita con llanto o confusión. Ambas psicólogas subrayan que el dolor no distingue género: lo que se quiebra es la seguridad emocional y la percepción de sí mismos dentro de la relación. Algunas personas reaccionan con hipervigilancia y control, otras con frialdad y distancia, intentando protegerse de un nuevo golpe.
Comunicación y señales de alerta en la relación
La comunicación y la sexualidad funcionan como vasos comunicantes. “Cuando la comunicación es pobre, las necesidades emocionales quedan ocultas; y cuando la intimidad sexual se descuida, se pierde un canal de conexión”, explica Caiza. En los hombres, la falta de satisfacción sexual unida a la sensación de no ser valorados puede ser un detonante. En las mujeres, la desconexión emocional y la invisibilidad suelen pesar más.
Von Stösser complementa que tanto hombres como mujeres necesitan dos cosas básicas en la pareja: seguridad y novedad. “Cuando una relación logra equilibrar ambas, es menos probable que uno de los dos sea infiel”, asegura.
El papel de la autoestima también es central. Para Caiza, la baja autoestima es terreno fértil para la infidelidad: “Cuando alguien no se siente suficiente, busca fuera la confirmación que cree que no puede darse a sí mismo”. Von Stösser, en cambio, matiza que la relación entre autoestima e infidelidad no siempre es lineal: hay quienes buscan elevar su autoestima siendo infieles, y otros que justamente por su baja autoestima no se atreven.
La infancia también deja huella. “Lo que aprendemos de niños sobre el amor se convierte en un mapa emocional que repetimos de adultos”, dice Caiza. Von Stösser coincide: “Si en la familia la infidelidad era algo cotidiano, es más probable que se repita”, expresó.
En cuanto a señales tempranas, Caiza menciona la desconexión emocional prolongada, la pérdida de intimidad y los cambios de rutina sin explicación. Von Stösser observa rasgos de personalidad como apertura mental, curiosidad o un estilo de apego evitativo como factores que pueden anticipar un mayor riesgo.
Un cierre necesario
Las expertas coinciden en que la infidelidad no siempre significa el fin de la relación, pero sí el fin de una forma de amarse. Para Caiza, lo esencial es reconstruir no desde el miedo, sino desde la certeza de que se puede seguir adelante, en pareja o de manera individual.
Von Stösser rescata que la infidelidad no debe verse como un crimen, sino como una conducta humana que requiere reflexión y responsabilidad. La clave está en decidir si la relación puede transformarse o si es momento de cerrar un ciclo. Más allá de los estudios, ambas psicólogas coinciden en algo: el antídoto está en elegirse todos los días, con comunicación clara, respeto y cuidado mutuo. (F)