Los retos no son nuevos; algunos de ellos preceden a la aparición de internet. El real peligro de los desafíos actuales, dicen especialistas, es que la web ha incrementado su exposición (se han viralizado) y llegan a jóvenes en todo el mundo, muchos de ellos en situaciones familiares desestructuradas, lo que no implica necesariamente que los padres estén separados; basta con el empeño de vivir al acelerado ritmo actual, con demasiada prisa como para acompañar el natural proceso de desarrollo de los niños, apurándolos para que crezcan a nuestro paso.

Un menor con habilidades sociales reducidas, hoy, está expuesto a una enorme cantidad de información no filtrada, que puede transformarse en un reto que no solo consiste en cumplirlo, sino en lograr que todos lo sepan y lo aplaudan a través de un like.

Las plataformas digitales privan a los niños de señales sociales importantes que normalmente aprenderían a través de la comunicación en persona. Esto puede hacerlos más insensibles, ansiosos e inseguros, dice la doctora Glenda Pinto Guevara, psicóloga clínica y terapeuta cognitivo-conductual.

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¿Qué hacen las redes sociales en las que toman impulso los retos? Ante el desafío de apilar y trepar en gavetas plásticas, criticado por poner en riesgo innecesario la integridad física de los participantes, TikTok eliminó esa etiqueta de la barra de búsqueda y reiteró que sus políticas "prohiben contenido que promueva o glorifique actos peligrosos". Foto: Shutterstock

“La interacción social nos es básica y funcional como especie. Las redes han desplazado la forma de socializar de persona a persona que conocíamos y, con ella, todos los códigos conocidos para esa comunicación interpersonal”, señala.

¿Qué hacemos sin códigos? Perdernos habilidades importantes. La socialización tradicional, aunque produzca nerviosismo y algo de ansiedad, es necesaria para conquistar metas como la madurez de la personalidad, el desarrollo del lenguaje, las percepciones sensoriales y el desarrollo cognitivo.

En un contexto digital, el lenguaje corporal, la expresión facial y las más pequeñas reacciones verbales se vuelven invisibles. “Esto es difícil para hacer un amigo y también lo es para mantener amistades”.

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Por ejemplo, mantener amistades requiere valentía, honestidad, escucha. Los encuentros en línea, sin rostro, son menos personales e intimidantes. Pero el miedo vuelve apenas se debe hablar en persona y en tiempo real. “De ahí proviene la ansiedad, de enfrentar la actividad que nos caracteriza como humanos: hablar”.

Impulsivos y vulnerables: los adolescentes en las redes

Un adolescente es más autosuficiente e impulsivo que un niño, y está más orientado hacia sus pares que hacia la familia. No ha desarrollado por completo su cerebro; no se ha adaptado a las complejidades de la interacción social. Su corteza prefrontal todavía no puede realizar de manera efectiva los procesos de toma de decisiones, la planificación de tareas y tiempos, ni la inhibición del comportamiento inadecuado.

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Pero necesita probarse a sí mismo que es capaz, inteligente, valiente, astuto y otras características que lo destaquen en su grupo social. El dispositivo electrónico se lo permite, ahorrándole la tarea de hablar e interactuar en persona. La conjunción de todo esto lo vuelve vulnerable a la manipulación mediática.

Mantener amistades requiere valentía, honestidad, escucha. Los encuentros en línea, sin rostro, son menos personales y aparentemente menos intimidantes, aunque ocurran de manera simultánea y con miles o millones de espectadores. Foto: Shutterstock

En el adolescente responde con más fuerza el sistema límbico, que lo recompensa en cada reto con una descarga de dopamina. ¿Qué más emocionante que grabarse en video y compartirlo para ganar popularidad?

“A esos niños y jóvenes les falta una comunicación parental más funcional, que sirva como referente y refugio para los momentos difíciles por los que atraviesan y atravesarán durante su desarrollo como seres humanos”, opina la psicóloga Pinto.

Falta una auténtica cohesión familiar, que permita que se desarrollen dos factores muy importantes para la seguridad de los niños y jóvenes”, es la postura de Kathalina Urquizo, magíster en psicoanálisis y especializada en educación emocional y disciplina positiva. Esos factores son:

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  • Un apego seguro, que es como se forman vínculos desde la infancia con papá y mamá o sus cuidadores, las personas que el niño percibe como capaces de cubrir sus necesidades inmediatas. Este será el modelo de vinculación en las futuras relaciones afectivas y sociales. “Somos seres sociales; necesitamos sentirnos vinculados. Somos una especie a la que no la sueltan al nacer; necesitamos desarrollar características de seguridad para sentir que podemos con el mundo”. Esta base, dice Urquizo, no está bien direccionada. “Tenemos familias ausentes, sin estructura real”.

Esta última realidad desarrolla otros tipos de apego: el ansioso, en el que el niño no confía en sus cuidadores, tiene sensación de inseguridad constante; el apego evitativo, en que siente que debe defenderse de los mayores; apego desorganizado, en el que los cuidadores tienen conductas negligentes, no ponen atención, no ponen límites.

  • Sentido de pertenencia. “Nuestras familias, el mundo, van de manera rápida; no permitimos que los niños sean parte de la dinámica de cuidado de la casa, y los apuramos al comer, al vestirse”. Como están aprendiendo y se demoran, lo hacemos por ellos. Eso hace que sientan que no tienen un rol activo en la estructura familiar. “La búsqueda de pertenencia es innata a nuestra necesidad de vincularnos; si no se da, eso no quedará allí, sino que estaremos buscando constantemente a dónde pertenecer”. En la adolescencia, esto nos hace caer en riesgos, como los sistemas sociales hiperpúblicos, representados, por ejemplo, en los retos de moda.

Fortalezca a sus hijos frente a la presión social

Reflexione sobre su conducta como padre y guía de su hijo o hijos. Pinto recomienda conocer el mundo digital para educar y acompañar en el uso responsable de la tecnología. Esto es mediación parental.

  • Hable sobre la ciudadanía digital, la importancia de ser respetuosos en línea, cómo los mensajes negativos pueden lastimar a los demás. Y recuerde que usted es el ejemplo.
  • Esté atento. Pregunte a sus hijos qué tipo de mensajes están viendo, enviando o recibiendo y cómo los afectan. Las primeras experiencias en línea pueden sentar las pautas y expectativas que su hijo tenga de ahí en adelante.
El acompañamiento parental, la conversación, la escucha y unas normas familiares de uso de internet son algunas de las recomendaciones para crear seguridad y fortaleza en los hijos. Foto: Shutterstock
  • Haga un plan del consumo mediático familiar: zonas y horarios libres de tecnología, en las que nadie se conecte, ni siquiera papá y mamá. “Nuestros hijos deberían acostumbrarse a ver nuestros rostros y no nuestras cabezas inclinadas sobre una pantalla”.
  • Inicie conversaciones sobre los retos. Haga preguntas calmadas y procure no juzgarlos sobre lo que opinan. En el caso actual, hable sobre el reto de la asfixia o el de tomar sustancias o medicinas no prescritas por un médico y sus posibles consecuencias.

Si esto no se ha dado en la primera infancia, no piense que no hay nada que pueda hacer. “Podemos reestructurar nuestro quehacer familiar. Demos un giro, fortalezcamos los vínculos, pasemos tiempo juntos, que haya espacios de análisis sin que sean de crítica, empecemos a dejarnos ver (de los hijos)”. Esto último es algo que Urquizo destaca. “Los niños y jóvenes no conocen realmente a sus padres; muy pocos saben qué hacen sus mayores en el trabajo, cómo fueron de niños, cuál fue el proceso de historia de esa familia”.

Señales de fragilidad emocional en los niños

Acostúmbrese a observar a sus hijos y note los cambios. Muchos padres están sin estar, inmersos en la tecnología, y se pierden los cambios en los niños en su día a día. “Preguntémonos quién es nuestro hijo, qué le gusta, en qué cree”, sugiere Urquizo. A continuación las señales:

  • Al niño le cuesta resolver sus problemas solo. La asistencia de los padres debe ir disminuyendo a medida que el niño crece, para que se desenvuelva con cada vez mayor independencia. Pero la rapidez de la vida actual puede hacer que un padre continúe dando de comer en la boca a un niño de cuatro a seis años, porque “pierde tiempo” si lo deja comer solo. “No estamos ayudando a que resuelva algo tan básico como alimentarse solo. Acompañar no quiere decir hacer por ellos”, dice la psicóloga, y recalca que la falta de independencia hace a los niños más vulnerables.
  • Al niño le cuesta responder a la presión social. Esta existirá siempre. Hay que trabajar en la capacidad del niño de medir el peligro; esta no es innata: se puede desarrollar desde temprana edad, como al enseñar al niño a no cruzar la calle solo. Si a los 6 o 7 años el niño no incorpora este límite, indica que no sabe medir el peligro. Es importante que esto se solucione antes de la llegada de la adolescencia. Alrededor de los 12 años de edad se dan los cambios más notables; “pero, si no tenemos vínculos, no vamos a poder verlos”.

¿Cómo lograrlo? Use el proceso de comunicación con los niños; lleve una conversación normal en vez de un interrogatorio. “Podemos ver películas o leer cuentos que propicien charlas que nos permitan ver cuál es la posición de los hijos ante ciertos temas y direccionar lo que nos vaya preocupando”. Las familias pueden caer en el error de exigir a los niños que escuchen, pero no escucharlos a ellos. “Nos estamos perdiendo una riqueza importantísima: saber qué piensan, en qué creen, para poder sobrellevar la brecha generacional y guiarlos bien”. (F)