Silvana nació en Milagro, pero su primera geografía emocional fue Bucay, el lugar al que volvió varias veces en distintos momentos de su vida y donde todavía reconoce la raíz de su carácter. Antes de cualquier escenario, su primera ‘audiencia’ fue el espejo de la sala de su casa: allí, con apenas 5 años, afinó una intuición que nadie le enseñó. Cantaba, imitaba, se probaba. Y cuando la curiosidad pudo más que la vigilancia familiar empezó a escaparse para cantar en la radio del cantón, como si ya supiera que la voz tendría un destino propio. A los 9 años llegó a Guayaquil y esta ciudad terminó de moldearla.
Creció entre programas, grabaciones y conciertos, sin buscar atajos ni esperar permisos, simplemente avanzó.
Hoy, con 66 años, su historia artística no necesita adornos: ha cantado toda su vida, desde antes de comprender las dimensiones públicas que tendría esa elección.
El carcinoma y la posterior cirugía la han mantenido temporalmente alejada de los escenarios, pero no del ejercicio que sostiene su identidad. En su casa, cada día entrena la voz como quien cuida una herramienta invaluable y, al mismo tiempo, íntima. No lo hace para demostrar nada: lo hace para estar lista cuando llegue el momento de volver, porque para ella cantar no es una actividad intermitente, sino una forma de permanecer.
Esta entrevista retoma ese recorrido –desde la niña frente al espejo hasta la artista que hoy se prepara con una precisión casi ritual y anhela volver a la escena– para entender cómo se construye una carrera cuando la voz es, al mismo tiempo, memoria y horizonte.
Cuando piensa en esta etapa de su vida, ¿qué imagen concreta le viene a la mente?
La imagen concreta de Dios, he aprendido a conocer más a Dios, a entregarme más a Dios, antes oraba, ahora lo siento más profundamente, es una fe con más entrega y luego se me viene a la mente mis hijos, mis nietos, mi familia.
¿Qué le hizo sentir esperanza durante todo este proceso?
Sentir tanto cariño. Siempre que voy a Solca, a mis terapias o a las citas con los diferentes doctores, la gente me da muchísimo amor y son personas que están pasando por lo mismo que estoy pasando.
Me dicen: Silvana, estamos orando por usted. Una vez se me acercó un señor con la esposa y me dijo: Silvana, usted no se puede morir, usted nos ha entregado mucho, pero falta todavía, estamos pidiéndole a Dios, estamos orando por usted. Entonces, lo que les digo es que yo también estoy orando por todos porque sé lo que es pasar por esta situación muy dura.
¿Qué diagnóstico tiene de salud y en qué etapa del tratamiento está?
Es un carcinoma medular de tiroides, es un cáncer agresivo, ya me operaron una primera vez, me extirparon la tiroides total, y 13 ganglios, uno de ellos tenía metástasis. Luego vinieron las 33 radioterapias, que fue el dolor más grande, ni siquiera podía pasar saliva, fue muy duro. Luego de esto subieron los valores tumorales, no me ayudó en realidad, casi subieron unos 70 puntos, que es bastante.
En mi caso no bajaron, tuvieron que operar casi de emergencia y fue una operación mucho más grande, de atrás de la oreja derecha hasta la izquierda. Yo quiero agradecer a la doctora que me operó, que es la doctora Acosta, porque tomó un riesgo altísimo y gracias a Dios salió bien la operación. A mí en Solca me han tratado maravillosamente.
¿Cómo transcurren sus días lejos de escenarios?
Me levanto muy cansada todos los días, después de haber dormido ocho horas, me levanto y pido a Dios que me dé un buen día, porque gracias a él estoy con vida. Y me ilusiona cantar.
Mi vida ha sido la música, canto desde que tenía 5 años y a veces no me doy cuenta y cuando estoy haciendo el desayuno, atendiendo a mis perritas o a mi hijo que vive conmigo, me sale por cantar, porque siempre fue así.
Ese ha sido mi desahogo también, cantar. Ahora me doy cuenta de que no me sale la voz, es muy difícil, sin embargo, estoy a mi tono, cantando. Eso me ilusiona, el poder volver a un escenario, cantar.
Su voz es su herramienta, cuando guardó silencio por el tratamiento, ¿qué aprendió de esa relación?
A querer más mi voz, a extrañarla, pero ya voy a empezar a tomar clases. Yo hago en mi casa ejercicios de respiración, pero sí necesito alguien que me ayude con mi voz para ir mejorando. Mi tonalidad ha bajado cuatro tonos.
¿Cuándo sintió que este proceso la cambiaría?
Bueno, es una transformación a diario. Uno sabe que iba a ser difícil llevar una vida normal como la que iba tomando, pero también hay cosas bonitas, como ilusionarme. Yo me ilusiono por volver a cantar.
He estado haciendo una canción para Dios, que no la he terminado, la he estado escribiendo, tratando de ver cómo va la música y tengo que sentarme a terminarla.
¿Qué miedos ha soltado?
Antes uno no piensa en que se va a morir, uno vive y no piensa en ese momento, pese a que yo he tenido experiencias con dos hermanos míos. Hace ocho años falleció mi hermano mayor Washington y hace dos meses murió mi hermano menor, Freddy. Yo le pedía a Dios que no se los lleve, que me los deje un tiempito más. Después aprendí que no es lo que quiero sino lo que Dios quiere.
Su primer recuerdo cantando...
Fue en Bucay, cuando ya vivía ahí, me encantaba cantar frente al espejo en la sala de mi casa. Me escapaba para ir a la radio Oasis, me iba con una amiga de al frente de mi casa y mi mamá se daba cuenta cuando estaba cantando.
¿Qué la motivó a grabar sus primeras canciones?
A los 9 años nos vinimos a vivir a Guayaquil. En Bucay cuando hacían las fiestas a mí me decían la Lucerito de Bucay.
Cuando vinimos a Guayaquil lo primero que hizo mi mamá fue llevarme a todas las radios donde había concursos. El primer canal donde yo canté fue en el canal 10, en el programa Panorama infantil. Era con Mamerto y Frijolito, ahí cantaba. Mi madre también me puso en el ballet clásico en la Casa de la Cultura, ahí estudié hasta los 15 años. Ella vio mi pasión, me apoyó.
La primera vez que sonaron sus canciones en las radios, ¿cómo lo vivió?
Eso fue lindo, el primer disco no lo podía creer, era un pasillo y un vals, con tremendos músicos en esa época, estuvo Lucho Silva en el saxofón, Abilio Bermúdez, y muchos grandes músicos. El disco se llamaba Plegaria, recién lo recuperé por un señor que me lo hizo llegar.
¿Qué disco o canción cambió su carrera?
Podría decirte que La otra, esa canción también tiene una historia bonita. En una de las veces que vino Leo Dan (cantante y compositor argentino), eso tendrá unos 43 años más o menos, él me dice: escucha esta canción, a ti te va a quedar muy bien. Entonces, llevé a la casa de discos que se llamaba Emporio musical, donde quedaba también Ifesa, que después fui parte de Ifesa, y les encantó el tema.
Antes ya había grabado algunas baladas, pero sin mayor aceptación de parte del público. Con La otra fue diferente. Seguí grabando baladas, porque he sido romántica toda la vida, aunque he grabado varios géneros. He hecho andicumbias, no tecnocumbias, hice merengues. El ladrón fue el primero que hice.
Protagonizó la telenovela Una mujer, ¿cómo fue el salto de cantar a actuar?
La revista Vistazo había hecho una encuesta, la pregunta era ¿quién le parecía la mujer más deseada? Ahí gané yo. En el año 87 me llamaron para hacerme una entrevista, después de eso me dijeron que iría a portada porque gané como la mujer más deseada del Ecuador.
Me sorprendí, no lo podía creer, gané casi por siete años consecutivos, tuve cuatro portadas como la mujer más deseada. Yo era las piernas del Ecuador, por si acaso. Después de esto me llamaron de Ecuavisa, en el 88, fui a hacer el casting, lo gané y tuve un año de preparación. Luego ya vino la filmación de la novela.
¿Qué significó llevar ese título de ‘la más deseada?
Como vengo de una familia muy conservadora, no entendía el porqué de la designación, después lo tomé como el cariño del público porque mis canciones habían llegado, mi imagen había llegado.
También tuvo una faceta en política...
No fue fácil, fue muy duro porque extrañaba mi música.
¿Qué proyecto le gustaría emprender de inmediato?
Grabar una canción para Dios, eso es lo que quisiera.
¿Cómo se ve en el futuro?
Cantando música romántica, con mis hijos, con mis nietos, con el nieto que falta que me dé Ámar. (E)