Sebastián Carrasco, quiteño de 40 años de edad conocido también como el Zuko, comenzó desde muy joven su romance con las montañas. Sus primeros recuerdos lo llevan como pequeño participante de los campamentos Aire Libre del escalador Fabián Zurita. “Me motivó su mensaje: Vivir con lo más mínimo, con lo básico, con lo justo y necesario. Vivir alejado de la tecnología, de la televisión, de las cosas materiales y comenzar a salir a la montaña para disfrutar de la naturaleza”, indica este deportista que recuerda particularmente cuando Fabián les indicaba que la verdadera alegría proviene de las victorias logradas después de grandes esfuerzos. “Me marcó mucho”.

Con el tiempo comenzó conquistando las cumbres bajas del Pasochoa, el Sincholagua, Rumiñahui, Ilaló, los Pichinchas… “Era superduro. Y me encantó ver que podía llegar hasta las cumbres”.

Mayores ascensos

Esa relación emocional con aquella blanca naturaleza encaramada en las alturas lo convirtió en guía de alta montaña, actividad que le permitió inspirar a otros en el mundo del andinismo. También lo llevó a escalar elevados picos como el Denali (6.190 metros de altura), la montaña más alta de América del Norte, ubicada en Alaska; la Esfinge (5.325 metros) y el Chacraraju (6.108 metros), ambos en Perú; el Huayna Potosí (6.088 metros), en Bolivia, entre otros.

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El andinista Sebastián Carrasco recibió el apoyo de sus amigos montañistas para coronar nuevamente el volcán Cayambe. Foto: Andres Molestina

Pero ese estilo de vida tuvo un tropiezo en el 2015, cuando durante una práctica con cuerdas altas sufrió una caída de 12 metros que lo dejó parapléjico. El Zuko, quien ahora labora en el Departamento de Responsabilidad Social de una tarjeta de crédito, logró ajustarse a sus nuevas condiciones para seguir escalando, pero ya no con la regularidad de antes.

Para ello se ayuda con una silla de ruedas acondicionada para la montaña, que convierte en trineo para nieve, la cual impulsa con los brazos, así que requiere de un entrenamiento permanente que suele trasladarlo, cada fin de semana, a las faldas del Cotopaxi o del Antisana. En casa tiene su propio gimnasio con una bicicleta de brazos estática, pesas y demás equipos. “También he entrenado con (los escaladores) Andrés Bermeo y Santiago Guarderas, y con el equipo de trabajo de BET Endurance Team Ecuador”, señala este deportista paralímpico que suele participar en maratones y otras competencias.

El andinista Sebastián 'Zuko' Carrasco empleó un sistema de cuerdas para impulsarse en esta aventura en el volcán Cayambe. Foto: Andres Molestina

Rumbo al Cayambe

Esa preparación le permitió regresar a las cumbres y, como primera gran conquista, escalar el Kilimanjaro (5.895 metros de altura, en Tanzania) en septiembre del 2019, lo cual resultó un hito para un montañista en su condición. Pero ahora se siente especialmente feliz porque hace dos semanas subió hasta el elevado pico del volcán Cayambe (5.790 metros), la tercera montaña más alta del Ecuador, después del Chimborazo y el Cotopaxi.

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“Decidí escalar nuevamente porque es algo que realmente me gusta, me encanta la montaña, compartirla con amigos. A pesar de que es un reto sumamente difícil, se ven paisajes espectaculares, los amaneceres… Creo que hacer montaña saca lo mejor de cada uno. Cuando estás allí con un equipo (de escaladores), se nota cómo es cada persona”, menciona Sebastián; “volver a la montaña es algo superimportante para mí, a pesar de que tengo una discapacidad”.

Creo que hacer montaña saca lo mejor de cada uno. Cuando estás allí con un equipo (de escaladores), se nota cómo es cada persona.

Sebastián Carrasco

Un andinista que camina de manera normal puede ascender el Cayambe en unas seis o siete horas, descansando previamente en el refugio que opera en sus faldas a unos 4.700 metros de altura y saliendo a la medianoche. “Así estás coronando entre seis y siete de la mañana. Y el descenso es de unas tres horas”, indica este deportista que para este proyecto contó con el auspicio de Chevrolet, Movistar y General Tire. Sin embargo, las condiciones de Sebastián son especiales, aunque lo benefició que como exguía de alta montaña conoce muy bien la ruta, la técnica de escalada y la velocidad en que puede moverse en la actualidad.

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El camino al cielo

Esta compleja aventura en el Cayambe comenzó muy temprano el martes 20 de abril. Para este ascenso tuvieron un breve paso por el refugio, pero no descansaron allí. Sebastián y sus seis acompañantes comenzaron a ascender a plena luz del día con dirección hacia el límite del glacial, a unos 4.900 metros, para instalar un primer campamento. “Ese primer día fue muy técnico, había mucha roca y zonas casi verticales. Allí usamos un sistema de cuerdas, para lo cual fui asistido por mis amigos. Yo usaba el trineo con dos ruedas atrás y una adelante”.

En el segundo día, que transcurriría sobre la nieve del glacial, eliminó las ruedas del trineo para montarle esquíes y un sistema de cuerdas que lo ayudaría a remolcarse. Para avanzar, sus amigos aseguraban las cuerdas en la parte superior del camino para que el Zuko se halara con los brazos. “Pero había secciones muy empinadas donde mis amigos me ayudaban a remolcarme”.

(Mis amigos) Se sacaron el aire. Les agradezco mucho por su apoyo. Fue un mérito del trabajo en equipo.

Sebastián Carrasco

Así llegaron a los 5.360 metros de altura, donde montaron un segundo campamento. Al día siguiente continuaron con el ascenso con el mismo sistema, pero durante el trayecto la wincha se dañó, así que los amigos del Zuko tuvieron que asistirlo más en ese último tramo. “Se sacaron el aire. Les agradezco mucho por su apoyo. Fue un mérito del trabajo en equipo”.

El andinista Sebastián Carrasco cumplió el reto en compañía de seis personas, pero en el tercer día se unieron más montañistas. Todos posaron en la cumbre del Cayambe. Foto: Andres Molestina

Llegaron a la nevada cumbre del volcán en ocho horas, en un día despejado que provocó que los blancos paisajes andinos se encendieran mucho más. Esas condiciones permitieron que pudieran descender en parapente, cerrando así una experiencia extraordinaria.

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Así comprobó nuevamente que las mayores alegrías provienen de los esfuerzos más extremos. También que la montaña es el refugio donde aún se aloja su emotividad más profunda, donde la felicidad y el esfuerzo se disfrutan mucho mejor.

Un vínculo así, tan inmenso, no puede romperse jamás. (I)