Nunca fui muy bailarín y mi esposa tampoco. Pero el deleite de la música sí nos hacía vibrar, a pesar de que nuestros gustos podían ser radicalmente diferentes. Estamos cerrando un año complicado, en el cual muchas de las tendencias sociales han sido alteradas y los jóvenes se han sumergido en una montaña rusa virtual, donde el TikTok o el Instagram recogen en breves segundos lo que podrían ser balbuceos dancísticos para muchos y que de la noche a la mañana pueden convertirse en fenómenos globales.

Lo más notorio es que esos movimientos por lo general son individuales. Algo así como señaléticas realizadas por los que guían los aviones en la pista de un aeropuerto. Pero al ritmo de recursos melódicos que se pueden interpretar de mil y un maneras y que se realizan en solitario, por lo general. Criticar esto y ponerme nostálgico no es mi nota. Se trata de lo que se vive ahora y lo que me interesa es captar un poco lo que hay detrás de ese frenesí. Especialmente porque lo que antes era un acoplamiento en la pista de baile, ahora es un ‘todo vale’.

Una de las muestras más divertidas es la electrizante Macarena de Bad Bunny, realizada por la revista Vogue con muchos de sus modelo-as, cada uno-a vibrando con esa canción icónica en movimientos radicalmente distintos. Y en el centro el ‘conejo malo’ que casi no se mueve. Yo me sentí igual que él: un poco voyerista, también hasta reflexivo de lo que sucede alrededor. Y lo más crucial: esos danzantes gozan cada segundo de lo que su cuerpo hace y donde no hay restricciones de ninguna clase. En esa onda, aquí va: ¡Feliz Año Nuevo, queridos lectores! (O)