En la ruta a Júpiter hay innumerables recuerdos y este domingo trae uno de ellos. En este domingo especial en nuestra portada nos enfocamos en las mamás de la pandemia y cómo ellas enfrentan dar a luz en épocas tan difíciles (pág. 18), lo que motiva testimonios de vida realmente conmovedores. Yo no viví jamás un año como el que hemos pasado y es maravilloso constatar que frente a las peores desgracias hay mujeres cuyo valor inspira las vidas de todos, especialmente las de sus hijos.

Lo que yo sí descubrí con mi madre es aquella sensibilidad única que quizás muchos como yo han vivido con ellas: el poder de sentir lo que sus hijos imaginan en secreto o por encima de sus actividades escolares desde muy pequeña edad.

Creo que yo no estaría escribiendo estas palabras y trabajando tantos años en comunicaciones si no hubiera sido porque mi madre me leía cuentos -que a veces solo los tenía en inglés- y escudriñaba mis garabatos en cualquier papel que encontrara. Descifrar el imaginario de un niño es clave, porque desde entonces se puede fantasear con ellos y ser parte de los primeros pasos en lo que podría convertirse en una vocación. Esos intereses personalísimos que solo se dan muchas veces en nuestros sueños pueden pasar desapercibidos en las aulas y peor ahora en la educación virtual.

La afinidad de una madre tiene que ver con su ADN y nos acompaña toda la vida. Mi mamá me compraba los libros que me interesaban, las revistas de cine que inundaban las fantasías de un cinéfilo en ciernes, la plata para ir al cine. Finalmente, esa fue la base sobre la que vinieron las enseñanzas colegiales, el aprendizaje de la vida, viajes a nuevos horizontes y ahora odiseas espaciales a Júpiter. Gracias, mamá.