Esto de aparecer solo los domingos (y sigo como astronauta por el periodismo virtual) a veces me enfrenta a días especiales, como el de hoy. El Día del Padre. Alguna ‘nerviolina’ me atraviesa porque uno se obliga a revisar etapas de la vida que a veces se quedan en el olvido. Primero veo a las generaciones de mi padre y de mi abuelo, seres con quienes crecí hasta mi primera odisea espacial a Nueva York durante una década. Con ellos compartí mi niñez y juventud hasta los 20 años.
Entonces los papás estaban para reuniones y paseos familiares; muy pocas veces para lo que mi madre jamás se desligaba: el cuidado diario de un niño que odiaba hacer deberes en casa. Y también conocer esas divagaciones y ensueños tan cruciales en la infancia que a veces pueden delinear la formación de la personalidad.
Los papás del ayer. Yo también lo fui y hay que asumirlo. Ahora de abuelo consentidor, siento más que nunca ese vacío en los aspectos paternales de mi vida, que ahora me esfuerzo en reivindicar, especialmente cuando veo a los niños de ahora viviendo una era pandémica donde la comunicación esencial cara a cara es ahora con pantallitas digitales, incluyendo el aprendizaje escolar. Me alegra tanto ver y escuchar el júbilo de los niños cuando se juntan en grupitos y salen a un jardín o se sumergen en el mar. Pero también veo a yernos que han sido mucho más pegados a sus hijos, de una manera que yo nunca pude, porque vivía abstraído en otras odiseas laborales.
Papás de hoy: a ustedes les toca ser los guardianes, motivadores y compañeros también de sus hijos, en todos los niveles posibles. Proteger el derecho a su inocencia, parte intrínseca de su dignidad infantil. Forjar ese espíritu de gracia, tolerancia y hermandad que no nos debe abandonar nunca. (O)