Los llantos más sentidos que he vivido a lo largo de mi carrera como educadora han sido aquellos que expresaban un sentimiento de desaprobación, rechazo o desapego de los padres hacia sus hijas.

Año a año me sorprendía que ni siquiera temas como los enamorados, las amigas o la vida colegial lograban afectar de forma tan profunda el alma de aquellas adolescentes. Eran pocas, pero se repetía la causa de esa tristeza.

El estudio lo ha hecho la pediatra y podcaster Meg Meeker, en su libro Padres fuertes, hijas felices.

Y merece la pena leerlo si eres padre de una hija. Y es que el padre cambia inevitablemente el curso de la vida de sus hijas a través de la influencia que ejerce con sus palabras, sus gestos, sus consejos y su cercanía.

La vida de una hija en formación se centra -aunque suene exagerado- en descubrir qué es lo que al padre le gusta de ella, si la aprueba o desaprueba, cómo la mira, si la cree capaz de lograr sus metas, de ser competente. En fin, de valorarla.

Si el padre no cubre esas necesidades ella buscará que otro lo haga, y allí podrán empezar los problemas.

“Un padre puede ayudar a su hija a conseguir sus objetivos, a definir las metas más elevadas en su vida; el resultado será que su autoestima se afianzará enormemente”, dice la Dra. Meeker

Sorprende ver cómo, a pesar de que ellas se quejan delante de sus amigos de cuánto las molestan sus padres con las normas y límites, en el fondo se están jactando, porque saben que ello implica cuánto las aman y cuán preocupadas están por sus vidas.

Enseñarle claramente el camino recto, darle la visión masculina de la vida, la forma en que se vive la sexualidad, lo que espera del compañero de su vida, y más, la ayudará a sentirse protegida en los brazos de su padre.

No importa que en una época ella aparente rechazarle, o que le diga que ya conoce todos los criterios morales que le está dando, o incluso se vuelva desafiante… Persevere y manténgase firme en las creencias y valores en los que sueña educar a su hija.

Si ha hecho un buen trabajo en su función de padre, al final del camino -dice Meeker- aunque su hija elija a un compañero de vida, usted jamás será remplazado en su corazón, porque fue el primero. Y ese será el último regalo que le hará por ser un buen padre. (O)